Opinión

Mantener la boca cerrada

Ramón Tamames y Abascal. CHEMA MOYA
photo_camera Ramón Tamames y Abascal. CHEMA MOYA (EFE)

SOMOS MUY desagradecidos con la vida, la llenamos de reproches como si la culpa fuera suya, cuando la pobre no se cansa de darnos oportunidades. De todas ellas, quizás la que nos ofrece con más generosidad y abundancia y la que nosotros desperdiciamos con mayor inconsciencia es la oportunidad de quedarnos callados. El empeño que ponemos en retratarnos es inversamente proporcional al esfuerzo que hace la vida porque no parezcamos unos cretinos, aunque lo seamos.

No es ese guardar silencio relativo para el que recomiendan contar hasta cinco o hasta diez para pensar si lo que se va a decir merece la pena; para lo único que suelen servir esos cinco o diez segundos es para que el que va a decir algo con sentido acabe por callárselo y que el que iba a decir una sandez inconveniente se reafirme en su idea de que el mundo no puede seguir girando sin su brillante aportación. Me refiero a quedarse callado, consciente de la oportunidad que se te está dando de evitarse a uno mismo y a quienes lo rodean unos momentos innecesariamente incómodos, incluso reveladores. Me refiero a quedarse callado después de cinco segundos, de diez o de que te pongan cerillas ardiendo en las uñas. Si acaso un "¡ay!", porque quemar, quema y una mirada de suficiencia que diga: "¡Vaya favor te estoy haciendo y me estoy haciendo con mi silencio!".

La moción de censura de la pasada semana en el Congreso podría definirse con bastante exactitud de esa manera: un torrente de oportunidades de quedarse callados desperdiciadas. Se puede seleccionar al azar un minuto cualquiera de los dos días de debate y es casi seguro que estaríamos ante una ocasión malograda de callarse por parte de quien sea que esté hablando en ese momento. El discurso entero, de principio a fin, del candidato Tamames es el ejemplo más evidente y sangrante.

A mí, sin embargo, me ha llamado la atención por definitoria una intervención del proxeneta de la moción, Santiago Abascal. Tras la desbocada intervención del socialista Patxi López en la que acusó al gran macho de la política española de "odiar a las mujeres", este pidió el turno por alusiones. Desde el momento en que lo hizo todos teníamos claro que iba a ser mejor que se quedara callado, entre otras cosas porque el antifeminismo es algo que Vox lleva en cartel y ninguno de sus votantes iba a meditar su decisión por semejante acusación: es algo que va de suyo.

Pero no, una vez más Abascal rechazó tener la boca cerrada y dejar la duda y prefirió abrirla y despejarla. "Yo quiero y necesito a las mujeres que me rodean en mi vida", argumentó con una introducción que ya hacía sospechar el despeñadero intelectual que venía después, "no solo en este grupo parlamentario, sino también a mi abuela de 94 años, hasta mis hijas en la medida en la que son libres cuando son menores, pasando por mi madre y por mi mujer, que es la que manda en casa". Solo le faltó añadir: "Claro que no odio a las mujeres, ¿quién va a hacer si no la plancha?". Esta exigencia de rectificación a Patxi López, por lo que sea, no funcionó.

Me gustaría saber qué opina de todo esto una esas mujeres de Abascal, Sonia Teijeiro. Cuando se anunció su candidatura para las elecciones municipales en Lugo, este periódico trató de entrevistarla para conocer sus propuestas, como con el resto de candidatos. Ni siquiera se llegó a hablar con ella: una persona de prensa del partido en Vigo informó de que Madrid no autorizaba la entrevista porque prefería que primase la marca, Vox, no los candidatos locales. La entrevista, que se publicó el domingo en este mismo periódico, la ha terminado dando Iván Espinosa de los Monteros. Sonia Teijeiro es la única que ha aprovechado su oportunidad de estarse callada. Por algo será.

MUNDOS PARALELOS
Ramón Tamames. Monologuista
Para mujeres tenemos ahí una, Isabel la Católica, que ya en el siglo XVI tenía más poder que el rey.

El señor Tamames sabe de lo que habla, porque en realidad el sabe de todo. Es posible que incluso llegase a conocer en persona a Isabel la Católica, habría que echar cuentas. Hay una ligera diferencia, sin embargo, con aquellos tiempos tan avanzados: la Constitución española ha impedido ser reina a la infanta Elena por ser mujer.

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