Opinión

Ladrones entre dos mundos

El sector de la delincuencia también se debate entre el desconcierto del pasado y la incertidumbre del futuro

HACE JUSTO UN año, en el Viernes Santo de 2015, John Collins se quedó dormido. Nada extraño en un hombre de 74 años con artritis, salvo por el detalle de que era el encargado de vigilar mientras sus ocho compinches asaltaban la principal cámara acorazada del barrio de diamantes de Londres, el Hatton Garden. Tampoco se lo reprocharon, el que menos tenía 60 años y el cerebro de la banda, 76. A esas edades, son cosas que pasan.

Todos habían consagrado sus vidas a la delincuencia, con esa pasión de los profesionales de los de antes. Hacía un tiempo que compartían unas pintas en un pub en el que se reunían para matar las horas interminables de su retiro, planeando robos como otros jubilados miran obras. Solo que estos no se conformaron con sueños y recuerdos y llevaron a cabo el que está considerado el mayor robo de este siglo en la historia de Gran Bretaña.

No fueron a ciegas, se documentaron con vídeos de internet y un manual llamado Ciencia forense para inútiles. El conductor tenía dos prótesis de cadera e incontinencia urinaria. Otro de ellos tuvo que parar varias veces para inyectarse la insulina de su diabetes. El creador del plan tiene cáncer de próstata, sordera y perdió la visión de un ojo porque sufrió un derrame cerebral. Pese a todo, ese Viernes Santo fueron capaces de descolgarse por el hueco del ascensor de uno de los edificios más seguros del mundo y perforar tres grandes agujeros en paredes de medio metro de hormigón con un taladro industrial de diamante.

No fueron a ciegas, se documentaron con vídeos de internet y un manual llamado Ciencia forense para inútiles

Lo hicieron con la sangre fría que solo da la experiencia, la pausa que solo da la edad y el desprecio por el futuro que solo da la desesperación. Esa primera noche, de hecho, se encontraron con que el primer agujero daba directamente a las traseras metálicas de las enormes cajas de seguridad, y se tuvieron que marchar por donde habían venido. El cerebro del golpe se pilló tal cabreo que se borró en ese mismo momento: huyó en un autobús público usando un bonobús de jubilado, también robado.

El resto, sin embargo, decidió aprovechar el largo fin de semana y volvió a la noche siguiente. Afinaron más con las perforaciones, entraron en la bóveda acorazada y forzaron 73 cajas de seguridad. Se llevaron más de veinte millones de euros en diamantes, oro, zafiros, joyas, relojes de lujo y dinero en efectivo. No dejaron ni una sola prueba física.

Unas pocas semanas después, pese a todo, más de 200 policías cayeron sobre ellos en una espectacular redada. La semana pasada fueron condenados a penas de entre seis y siete años. Parte del botín fue encontrado enterrado junto a la tumba del hermano de uno de ellos, aunque todavía no se ha detenido a uno de los miembros del grupo, aún sin identificar, ni se han localizado joyas y diamantes por valor de unos diez millones.

La Policía no había necesitado pruebas físicas: tan minuciosos en lo suyo, no tuvieron en cuenta que el mundo ya les había dejado atrás. Avanzadísimos sistemas de lectura de matrículas, de grabación y de escuchas permitieron seguir su pista. "Eran criminales analógicos actuando en un mundo digital", definió el inspector que dirigió la investigación.

Esta misma semana ha dimitido el director del Banco Central de Bangladés. La causa, un robo en su cuenta de la Reserva Federal de Nueva York, en la que el país tenía depositados 855 millones de euros. Piratas informáticos hackearon los sistemas y, con órdenes de traspaso falsas, consiguieron transferir 73 millones de euros a las cuentas de varios casinos situados en Filipinas.

En una imaginativa interpretación del crowfunding, todos los compinches de la banda colaboraban con mil euros

El ciberataque es de una audacia y un nivel técnico que aún mantiene ocupados a los expertos de las mayores firmas internacionales de seguridad informática. Sin embargo, fue también un enorme fracaso, ya que el objetivo no eran esos 73 millones, sino los 855 de la cuenta. Pero los ladrones cometieron un error que tampoco es de su tiempo, uno que probablemente el grupo de jubilados no hubiera tenido: escribieron mal ortográficamente una palabra en una de las órdenes de traspaso: en lugar de Foundation, escribieron Fandation, lo que hizo saltar las alarmas de la Reserva Federal de Nueva York, que pudo bloquear a tiempo el resto del dinero. Un error analógico, que permitió también a los investigadores detectar a un ciudadano chino al que le fueron entregados en efectivo en un casino filipino 27 millones de los robados.

Ambos casos reflejan la colisión entre lo nuevo y lo viejo, el desconcierto del pasado y la incertidumbre del futuro que atenaza a buena de parte de las profesiones. También demuestra que la puesta en común de las habilidades y conocimientos de unos y otros habrían sido beneficiosas para ambos.

Donde mejor supieron verlo fue en el PP valenciano, que aplicó las más modernas técnicas del mecenazgo al clásico blanqueo y financiación ilegal: en una imaginativa interpretación del crowfunding, todos los compinches de la banda -más de 50 concejales hay imputados- colaboraban ingresando mil euros como aportación legal en una cuenta bancaria, por lo que recibían en mano dos billetes de 500 de dinero negro. "Son solo mil euros, cómo va a haber esos delitos por mil euros", reprochó públicamente una cabreada Rita Barberá, presunto cerebro del golpe, antes de salir huyendo en Ave hacia el Senado, con un bono transporte también pagado por los ciudadanos.

El PP emerge así como la banda de delincuencia organizada que mejor está haciendo la transición entre lo analógico y lo digital. Su error, sin embargo, también tiene su origen, como en los dos casos anteriores, en las disfunciones de un mundo que cabalga entre dos épocas: tratar de mantener la soberbia de la impunidad de los buenos tiempos ante una sociedad que es todo ruina y cabreo. Ha tratado de esconder su botín en la tumba de la democracia.

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