Opinión

Desokupando vidas

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Fue esta misma semana, probablemente el jueves. Era temprano, las diez y media o las once, porque iba a empezar a desayunar. Así que fui a abrir la puerta tal cual la cama me echó al mundo: descalzo, con un pijama corto, una camiseta negra con un lema de bebedor de cerveza y las gafas de no chocarme con las puertas, un modelo anticuado que uso cuando no llevo las lentillas y que tienen dos o tres dioptrías menos de las que necesito, por lo que me obligan a mirar con los ojos entrecerrados, como si desconfiara de todo.

Caí en lo malo de ver de mi aspecto por las caras de susto de la pareja que estaba al otro de la puerta y ese brevísimo pero incómodo segundo que tardaron en reaccionar antes de darme los buenos días. "Buenos días, somos del departamento antiokupación de X. Nos gustaría hablar con usted". Seminoqueado, me quedé un momento mirándolos con mis ojos entrecerrados sin conseguir enfocar del todo bien, ni a ellos ni la situación: "A ver cómo coño les explico yo a estos dos esto, lo mío, lo que pasa, la vida, algo, lo que sea...".

En un repaso mental más o menos rápido, porque eso va según opiniones y capacidades, barajé las opciones: el banco no puede ser porque el piso es mío, está pagado a base de esfuerzo y privaciones, sobre todo de mis hijos porque yo no estoy hecho para la escasez; mi mujer amenaza reiteradamente con echarnos de casa si no recogemos de una puñetera vez nuestras cosas, pero ella se sobra sola para ponernos la maleta en el descansillo sin necesidad de recurrir a adjudicatarias externas; quizás venían por lo de Rodrigo Cota, el compadre que ha mantenido okupada esta última página del periódico desde que hace unos meses me fui de viaje a mi sofá, pero a un mexicano de Pontevedra de cien kilos es más fácil moverlo con abrazos que con amenazas; podría ser un error, que fueran a desokupar el Consejo General del Poder Judicial y les hubieran dado mal la dirección, pero supongo que para eso hubieran mandado al frente a un secretario de juzgado, qué menos; o tal vez era solo propaganda electoral del PP local, que desde que le ha crecido una okupa en el grupo municipal anda muy preocupado con el tema.

La verdad es que parecían majos, él y ella descortésmente jóvenes, ambos aparentemente duchados, con sus cazadoras y sus gorras de color corporativo

Descartado todo lo anterior y alguna otra opción más igual de descabellada, volví a desafiar a la pareja con mi mirada miope y mis pintas de sintecho y les informé, bastante seguro de lo que decía: "No tengo ningún problema con los okupas". Se les iluminó la sonrisa, vieron la puerta abierta: "Usted con ellos no, pero ellos con usted pueden tenerlos en cualquier momento, que se le presentan en casa. Si nos deja, yo le explico...".

La verdad es que parecían majos, él y ella descortésmente jóvenes, ambos aparentemente duchados, con sus cazadoras y sus gorras de color corporativo, nada más alejado de la imagen de macarra de mancuerna tatuado de odio que suele lucir el mercenario de los batallones de desokupación. Hasta me dio un poco de apuro mandarlos a mierda, soy así de blandengue.

A lo mejor les tenía que haber dejado explicarse, pensaba poco después en la cocina, mientras desayunaba. A poco que nos pongamos a pensar cada uno en lo suyo, seguro que encontramos un montón de okupas que nos andan estorbando la vida solo porque nosotros les hemos abierto las puertas y los mantenemos dentro pagándoles las facturas. Son personas tóxicas a las que concedemos más influencia de la que realmente tendrían por sus méritos, obsesiones nacidas de la irracionalidad que dirigen nuestros pensamientos hacia el abismo, medios que han convertido el chapoteo en el fango y la profecía del apocalipsis en su único nicho de mercado... No necesitamos una brigada antiokupas: basta con mandarlos amablemente a la mierda y cerrar la puerta.


Antonio Garamendi | Radical a sueldo

"No se puede hablar de ricos y pobres, no se puede hablar del gobierno de la gente, no se puede radicalizar la sociedad" 

(El presidente de los empresarios españoles acaba de desmontar de golpe la esencia de gran parte de la historia de la Humanidad. Estaba visto que la culpa de todo era de esos malditos pobres, que en cuanto no tienen qué comer se radicalizan. Ya sabemos por qué es el negociador de la Ceoe: porque los tiene como melones
 

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