Opinión

Una caja de hojaldres

Andaba la otra noche por la Ronda de la Muralla camino de mi casa. Serían las tantas y no me crucé con nadie, normal en un día de labor. Venía de donde un amigo que es un estupendo anfitrión, de trago largo y conversación dispersa, así que iba en ese estado justo en el que tú te sientes en tu mejor momento y los demás piensan que se te entendería mucho mejor si consiguieras despegar la lengua del paladar. Bajo el brazo, una caja de hojaldres de Astorga sobre la que aún ahora no podría dar una explicación concisa, así que mejor la vamos a obviar.

Cuando pasaba los semáforos del cruce con la calle Chantada, un coche patrulla de la Policía se arrancó desde la comisaría a toda leche y con las luces, sin sirenas porque no eran horas. Sería el instinto o el pedo, pero me paré en seco dando por hecho que venían a por mí, tampoco había nadie más. El coche, sin embargo, me ignoró por completo y siguió recto por la calle Montevideo hacia el centro. Mañana tengo que preguntar a ver qué pasó, me dije en una reacción que tenía más que ver con el adiestramiento que con la lucidez.

Y una caja azul de hojaldres bajo el brazo, recuerdo, de los de Alonso, que lo mismo podían haber sido heroína, explosivos o algo peor, como mantecadas

Seguí mi camino, lo reconozco, un tanto desilusionado, no le hubiera hecho ascos en ese momento a una buena identificación, los agentes pidiendo el carné con cortesía pero con frialdad, desconfiados, profesionales, quizás incluso con la mano apoyada sobre el arma o la porra por si acaso. Al fin y al cabo, pocas cosas se me ocurren más sospechosas que un hombre maduro moderadamente intoxicado caminando a las tantas de una noche entre semana con una caja de hojaldres de Astorga bajo el brazo. Si me pilla a mí de policía, lo detengo aunque solo sea de forma preventiva y ya arreglaremos luego.

Pero no, llegué a mi casa sin cruzarme a un alma y sin volver a ver a la autoridad, una decepción. En el ascensor caí en la cuenta de que lo de la Policía no era buena idea porque igual hasta llevaba algo comprometedor encima, pero no, hasta en eso he perdido, con lo que yo fui. Solo los hojaldres, eso es todo, quizás esté tocando fondo.

Mientras me intentaba dormir, me fui reafirmando en la indignación de ciudadano insultado por el sistema. Porque a esos policías que pasaron junto a mí sin darme un triste "¡alto!" también les pago yo y no me gusta nada ver cómo se ignora un potencial riesgo para la comunidad. Si hasta llevaba, pensé mientras se me caía la babilla por el lado izquierdo sobre la almohada, zapatillas de esas modernas que llevan los chavales y una sudadera ¡con capucha! ¡Pero estamos locos, o qué, cuántos indicios más necesitan! Y una caja azul de hojaldres bajo el brazo, recuerdo, de los de Alonso, que lo mismo podían haber sido heroína, explosivos o algo peor, como mantecadas.

No sé en qué momento sucede que la percepción que tenemos sobre nosotros mismos comienza a alejarse de la imagen que proyectamos

Me di la vuelta, porque estar apoyado sobre la babilla es muy desagradable, y seguí rumiando mi resquemor. Pensé incluso en llamar a la mañana siguiente a la subdelegada del Gobierno, que es bien maja, y presentarle mis quejas sobre la displicente actitud de sus policías. Luego me dije que tener más a mano el teléfono de la subdelegada que el de un camello igual era síntoma de algo.

No sé en qué momento sucede que la percepción que tenemos sobre nosotros mismos comienza a alejarse de la imagen que proyectamos, cuándo la persona que creemos ser pasa a existir solo en nuestra cabeza. Pero es muy frustrante. Estoy pensando en ir esta noche con mi sudadera y mi caja de hojaldres a pasear cerca de la Comandancia de la Guardia Civil, a ver si tenemos un problema real de seguridad ciudadana o soy yo, que me he vuelto patéticamente inofensivo.

MUNDOS PARALELOS
Juan Carlos I saluda desde el Bribón. GONZALO GARCÍA
Juan Carlos I saluda desde el Bribón. GONZALO GARCÍA
Esta vez, tampoco
Leo sobre el impresionante despliegue de policías, guardias civiles, agentes de inteligencia, submarinistas, patrulleras y helicópteros desplegados ante la llegada a Sanxenxo de Juan Carlos de Borbón. Me llena de orgullo y satisfacción, hasta que descubro que no, que es para protegerlo.

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