Opinión

Armarios y confesionarios

Xavier, fornicador homófobo. AEP
photo_camera Xavier, fornicador homófobo. AEP

XAVIER ERA era un chaval como otros muchos, como otro cualquiera. No mal parecido, había tenido un par de novietas y se le independizaban los ojos con las “mujeres bonitas que en verano van un poco descubiertas”. Xavier iba para ingeniero técnico agrícola, pero algo se torció en su vida y, con 40 años, acabó de obispo de Solsona. Un consejo a destiempo,  las malas compañías... quién sabe, los caminos del Señor son inescrutables, incluso para un ingeniero: uno empieza leyendo Juan Salvador Gaviota y acaba en la Libertas Praestabtissimum como quien se fuma un porro y acaba en la fila de la metadona. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar?

Pese a su juventud, Xavier se aplicó en lo de obispo con responsabilidad y como Dios manda: azote de maricones, divorciados, blasfemos y fornicadores, hasta se hizo exorcista para poder luchar contra el Diablo cara a cara. No había tentación que se le resistiera a nuestro héroe con sotana... salvo las suyas. También hay que reconocer, en su favor, que el Maligno se lo curró con él, lo que le mandó fue una emboscada: la tentación en forma de una joven mujer, escritora de novelas eróticas, psicóloga y experta en satanismo. Un listón muy alto, esto no es aquello de comer piedras como panes en el desierto, es otro nivel. Se rindió, claro, a ver quién no; el que esté libre de deseo por una psicóloga satanista que escribe libros pornográficos que tire la primera piedra.

La salida del confesionario de Xavier ha dejado descolocados a sus compis de la Conferencia Episcopal, que dudan entre grabarle en las nalgas "Satán" con una navaja o ir corriendo a comprarse un libro de su pareja, a ver si es para tanto lo que se cuenta. Mientras reúnen a ocho encapuchados con alzacuello que vayan a hacerle un exorcismo, los obispos piden prudencia: "No hagamos una novela morbosa ni machaquemos a las personas", ha recomendado el obispo de Barcelona, Omella, con resignación y un punto de cinismo revestido de indulgencia: "Hay que respetar la intimidad de las personas, todas las personas merecen su respeto, su dignidad". Amén.

Así ha sido. El caso de Xavier ha dado para poco más que tres o cuatro titulares llamativos y un rato de chistes malos en las redes sociales. Tres días después, nadie se acordaba de él, nadie a estas alturas se rasga las vestiduras por un obispo fornicador, salvo otros obispos.

Pero debe de ser, supongo, que para algunos esto del morbo, la dignidad y el respeto a la intimidad va por parroquias. No puedo evitar pensar en Ángel, el nombre que le hemos dado a ese lucense que se tiró por la ventana sometido a la presión de un chantajista que lo amenazaba con desvelar su condición de bisexual. Ángel no tenía votos de castidad, ni había sermoneado a nadie sobre su sexualidad, ni había señalado a otras personas como pecadores condenados al infierno por echar un polvo cómo y con quien les diera la gana. El solo había decidido vivir su propia vida como quería, dentro o fuera del armario como otros dentro o fuera del confesionario, en su intimidad y con su dignidad íntegra. Pero no se lo permitieron.

No se lo permitimos. Porque la presión sobre Ángel no la ejerció solo el chantajista, sino toda la sociedad, esa que Ángel temía que descubriera su secreto, porque intuía que no se lo íbamos a poner fácil. Sin esa sociedad homófoba que en buena medida han ayudado a configurar personas como Xavier y Omella, Ángel no hubiera tenido miedo ni el chantajista motivo alguno para presionarle.

Una sociedad que da más relevancia a la historia inventada de un chiquillo que a las decenas de agresiones homófobas que se producen cada día, a la presión insostenible sobre personas por el simple hecho de querer vivir su sexualidad en libertad, con dignidad. Del armario, como del confesionario, se sale. De una mentalidad estrecha, hipócrita mezquina y normalizada, no. A esos hay que echarlos, grabándoles a navaja en las nalgas, si es preciso, "Libertad".

Comentarios