Opinión

El verano que nunca llegó

La historia El verano que nunca llegó que tan bien contó William Ospinaen aquella novela no novela y Gonzalo Suárez en Remando al  viento

POR FIN llegó el verano, pero yo prefiero saltármelo y ahorrarme las arenas y las peleas para encontrar sitio en el chiringuito. Opto por verlo desde lejos, como si no fuera conmigo, excepto por esos atardeceres color púrpura que nos regalan un momento de belleza y la oportunidad de olvidar los tonos chillones preferidos de los veraneantes.

Todos somos veraneantes alguna vez en algún lugar, pero deberían ponernos como condición la promesa de no afear los paraísos con nuestras estridencias. En este donde yo paso los días, el único jaleo permitido habría de ser el de los pájaros, veraneantes principales de los parques naturales acabados en Atlántico.

Mientras escribo, una urraca se detiene sobre la veranda del balcón y una niebla galopante deja una estela gris y se come los contornos con la misma eficacia de un comecocos en un video juego. El mar se oscurece y se detiene como si el motor de las mareas se apagase en alguna parte, cansado de acoger bañistas temerarios. Yo extiendo la vista, sin intentar huir del gris y pienso al sumergirme en él en otro verano en que los gases de un volcán cubrieron los cielos de Europa y en una casa enorme con jardín, al abrigo de la lumbre y de la imaginación, se fraguaron historias destinadas a ser mito.

El lugar de aquellos veraneantes era el lago Leman y tanta negrura, tanto frío a destiempo, tanta conversación hasta los últimos rescoldos de la noche, llevó a Mary Shelley a escribir Frankenstein mientras su hermana, y quizás su marido, visitaban el cuarto de Byron. Si levantara la cabeza en el siglo XXI, el poeta sería una estrella de Instagram y habría miles de jovencitas, o no tanto, que lo perseguirían por todas partes. En realidad, eso ya le pasaba, en la época, el autor del castillo de Chillon, que se pintaba los ojos con Khol y se vestía con sedas orientales, se dedicó parte de su corta vida a espantar mujeres y otro tanto a satisfacerlas.

Pero a mí me interesa esa historia de creación, la literatura detrás de la literatura, la historia de El verano que nunca llegó que tan bien contó Wiliam Ospina en aquella novela no novela y Gonzalo Suárez en ‘Remando al viento’. Otras historias vendrán.

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