Opinión

La teta y la muiñeira

Como llego tarde a todas partes, también llegué tarde a la indignación popular. 

Era domingo y volvía de un fin de semana de mucha conversación, mucha risa, mucha literatura, de la vivida y de la leída. La familia desestructurada que somos quedamos para comer en un restaurante. Pronto comprobé que el ambiente estaba enrarecido, las caras largas, los ánimos cortos, las miradas opacas. Bueno, pensé, hoy seremos una de estas familias que se miran con compasión desde otras mesas. Esas que nos hacen sentir un poco menos solos en el mundo, porque, admitámoslo, todos tenemos malos momentos, también tú, a veces nos toca ser protagonistas y otras mirar con alivio y de refilón.

¿Tomamos vino? Le pregunté a mi exmaridito. Lo que quieras, contestó. Creo que, si le hubiera sugerido una botella de anís o una dosis de cianuro, habría asentido igualmente. 

Pedimos mixto de churrasco, zorza y croquetas de jamón. Sí, lo sé, necesitamos una granja intensiva solo para abastecernos a nosotros, pero, nada, ni el chimichurri conseguía mejorar los talantes, todo eran puyas y desaires. El padre, cada vez más serio, parecía un personaje de Chéjov, tormentito no dejaba de hacer comentarios intemperantes y tesorito ponía los ojos en blanco como pensando, a buen seguro arrepintiéndose de no haber ido al Erasmus.

Yo empezaba a sentirme como un diplomático de la Onu intentando mediar entre Rusia y Ucrania, consciente de que tener una adolescente en casa es similar a tener a un Putin en el sofá, ambos están siempre a punto de darle al botón rojo. 

La criatura roía costillas y lanzaba miradas furibundas a diestro y siniestro. Intentando encontrar un tema de conversación liviano, les pregunté si habían visto el festival de Benidorm. Enseguida me di cuenta de que había rozado una herida abierta. Al parecer, la crisis familiar comenzó en el concurso eurovisivo, cuando la niña estalló en colera por la decisión del jurado y empezó a gritarle a la tele para estupor de su hermana y progenitor. Reconvenirla y afearle el gesto fue inevitable, pero una reprimenda algo desabrida a la bomba de hormonas que es una adolescente es tan incendiario como mandar tropas a Crimea con una bandera de la Otan.

El fuego aún ardía en la sobremesa. Me callé para no echar más leña a la lumbre, pero pensé que ser joven y darte cuenta de que a veces la democracia es una ficción, es un buen motivo para sacar a pasear la ira.

Al llegar a casa le sugerí que es mucho mejor aplacarla y bailar como dementes al ritmo de una teta y una muiñeira que ya es universal. 
Mucho mejor nos iría sin en esa mesa gigante hubieran estado las Tanxugueiras junto a Macron, tal vez habrían cantado juntos, ¡Non hai fronteiras!

Comentarios