Opinión

Riquiñas y (asquerosas) horrorosas

Siempre quise vivir en un castillo, como la madre maravillosa de Gustavo Salmerón, aunque lo de muchos hijos y algún mono no estaba entre mis preferencias. Por eso me alegré mucho cuando recibí la invitación de las máximas autoridades para pasar la noche en uno. 

Qué iba a suceder allí no lo tenía yo muy claro, pero una no le hace ascos a los ágapes aunque a menudo acabe cogiendo copas de albariño al vuelo que a continuación bebe escondida tras las hojas del ficus de la esquina. En todas las fiestas hay uno. Es justo allí, al albur de las plantas de interior, donde a veces se encuentran las almas perdidas que se preguntan, ¿qué hago yo aquí? 

Llegué en mi coche, suficientemente temprano para que nadie viera que salía de un vehículo que, como yo, ha tenido tiempos mejores. Me gusta pensar que ambos guardamos cierto estilo y las huellas de tiempos gloriosos. 

Un poco más tarde, un cielo rojo, con vocación de fuego y oeste, anunciaba la hora del encuentro en los salones del Castillo. La anfitriona era María Vinyals, que en espíritu convocaba a mujeres escritoras, vivas y muertas, como ella, en la casa donde nació hace tanto como sobrina de un marqués.  

El acto fue precioso, inteligente, femenino, emocionante y poderoso. Yo solo tenía que aplaudir con rabia y un rato después sentarme a cenar con un montón de mujeres fantásticas, algunas riquiñas y otras horrorosas, según clasificación de la autoridad allí presente. Las segundas son, somos, las que con sutilidad o sin ella acabamos por decir lo que no nos gusta o lo que nos viene en gana. 

De cómo yo, que siempre quise ser riquiña, acabé llamándole asquerosa a la presidenta, es algo sobre lo que podemos elucubrar. He de decir en mi descargo que la mesa estuvo bien surtida de vino tinto y de adjetivos acabados en osa. 

Menos mal que Carmela Silva, como todas las personas inteligentes, tiene sobrado sentido del humor y entendió mi torpeza como lo que es, un lapsus, aunque es probable que en mi buzón jamás vuelva a haber un convite con membrete de la diputación.

Dejando mis pequeños fracasos aparte, el encuentro feminista fue hermoso e importante. Isabel Blanco leyó el manifiesto que firmamos y nos recordó el primer encuentro colectivo de lucha contra la desigualdad entre géneros. En la convención de Séneca Falls en 1848, las primeras feministas hicieron una declaración de sentimientos. 

Quizás es desde ahí, desde los sentimientos, desde donde las riquiñas y horrorosas conseguiremos conquistar todos los castillos.

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