Opinión

Piropos

EL MAR ES el gran destino de todos los veranos y no importa mucho si no lo tienes delante, una vez que los has visto se te queda grabado en los ojos y tal vez en algún momento alguien sepa verlo allí, en el fondo de tu mirada. Aseguran que, durante una comida pantagruélica, Cunqueiro le dijo a una dama que estaba sentada a la mesa con él y con otros señores cuyo nombre no recuerdo, que acababa de ver en sus ojos como subía la marea en el Atlántico.

Está claro que los piropos son acoso excepto cuando se le ocurren a un genio de Mondoñedo.

Desde que escuché esa anécdota me pregunto qué habrá contestado la mujer que llevaba un océano dentro y si habrá guardado ese requiebro hasta los últimos instantes de su vida. Yo creo que lo haría escribir en mi tumba.

A la pintora mexicana Carmen Mondragón, que protagoniza la novela de Juan Bonilla, Totalidad sexual del cosmos, un joven poeta le escribió unos versos donde imaginaba su sedosa cabellera como soga mortal. La artista pensó que tal vez ese hombre merecía su atención, o incluso mejor, merecía cumplir sus deseos, así que se cortó la trenza y se la envió por correo. Los siguientes días buscó la noticia del suicidio en la prensa, pero no llegó la lírica a materializarse en muerte.

A mí el último señor que me dijo algo fue un nonagenario que me paró por la calle para decirme que llevaba unas medias muy bonitas. Estuve a punto de recriminarle y explicarle, como buena feminista que soy, que no era necesario y ni siquiera pertinente que manifestase su opinión sobre mi atuendo, pero el señor era tan tierno y yo tan vanidosa que le repliqué que mis piernas tendrían algo que ver en el resultado, ¿no? Estuvo de acuerdo conmigo y nos reímos un rato.

Es detestable un mundo de hombres haciendo comentarios procaces a las mujeres que pasan a su lado, sobre todo porque las mujeres existimos y somos sin edificarnos en la mirada de otro y no es agradable ir por la calle caminando y que un tipo te grite que te va a comer hasta la goma de las bragas.

También es poco agradable un mundo sin inteligencia para discernir lo que es un gesto amable que puede ir en doble dirección, porque apreciar la belleza o el encanto no es patrimonio de los hombres, y una costumbre atávica, opresiva y machista.

El feminismo, como cualquier otra revolución, no puede prescindir de la razón.

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