Opinión

A los pies de Annie Ernaux

No soy mitómana, ni siquiera con los escritores que han imaginado las historias y han escogido las palabras que desde siempre me han ayudado a llevar la vida y no es que crea en la literatura como terapia, pero estarás conmigo en que la existencia a veces es muy aburrida y las novelas y los ensayos y la plasticidad de una frase bien hecha abren puertas en nuestras estrecheces mentales y nos dan la plenitud de ocupar el tiempo en algo que no es del todo baladí y que obliga a usar un poco la materia gris, que es a la postre la mayor diversión posible. 

Admiro a las personas que son capaces de presentar un texto que me impresiona o me conmueve o me hace latir por la belleza de su estilo o me muestra una realidad lejana o me señala mis tripas más escondidas y valoro la dificultad de montar una arquitectura de palabras y argumentos que resulten un edificio sostenible, original, hermoso equilibrado y artístico. Me reverencio ante la dificultad de su trabajo, pero mi admiración no es emocional, es fría y distante y en general siento por ellos lo que ellos sienten por mí, o sea, nada, que es la forma apropiada de relacionarse con desconocidos, con naturalidad e indiferencia y sin equiparar la admiración por una obra reseñable con un sentimiento personal. Lo personal para ser sano ha de ir en doble dirección. 

Annie Ernaux es un Nobel rotundo y yo me he puesto feliz con su premio como si fuera una vulgar ‘groupie’ gritando en el backstage

Es verdad que la magia (en el sentido menos ñoño de la palabra) de la literatura se produce cuando uno siente que el autor escribe únicamente para ti, que lo contado entra en una zona de tu subconsciente tan profunda que convierte la relación anónima entre ambos en algo íntimo. Eso sucede muy pocas veces y no es exactamente lo que me ha pasado con Annie Ernaux ni falta que hace, porque ella va mucho más allá.

Recuerdo perfectamente la emoción de la primera vez que la leí. Recuerdo mi emoción, porque su escritura no es nada emocional, ella va diseccionando su cuerpo y su alma y tú te vas reconociendo entre los pedacitos de carne que quedan esparcidos frente a ti, pero no son tus tripas las que ves, sino unas vísceras universales en las que estamos todos, aunque la que se vacía sobre la mesa del forense sea una mujer. 

Lo femenino es universal, el estilo construye una idea, la literatura, como la vida, está llena de preguntas sin respuesta, Annie Ernaux es un Nobel rotundo y yo me he puesto feliz con su premio como si fuera una vulgar ‘groupie’ gritando en el backstage.

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