Opinión

De ofensas y otros viajes en tren

Las palabras importan, lo sabemos todos y lo firmaría en sangre cualquier enamorado.

Importan tanto que cuando una jueza del sur usa un adjetivo con intención despectiva para reforzar su argumento, nos sentimos dañados como si nos hubieran disparado con dardos envenenados y nos retorcemos como caballos a punto de ser marcados.

Es verdad, lo único profundo que hay en Muros es su belleza de piedra derramándose hacia el Atlántico, pero mientras todos nos ofendemos tan fácilmente por el comentario poco profesional de una magistrada en una sentencia y llenamos los muros de nuestras redes de declaraciones de amor por nuestra tierra, dejamos de prestar atención a lo que importa.

Que yo sepa, la aldea de mi padre ya es definitivamente una gándara y aunque algunos resisten como numantinos viviendo en un rural cada vez más habitable con más posibilidades después de décadas y décadas de abandono podíamos preguntarnos otras cosas.

Ojalá protestásemos con igual ahínco y nos sintiésemos arrastrados por oleadas de repulsa por las cositas prácticas que deberían hacernos la vida más fácil cada día.

Eso pensaba el otro día mientras viajaba en un tren atestado que me llevaba de Santiago a Pontevedra. Si no hubiese comprado el billete con antelación probablemente me habría quedado en el andén, circunstancia habitual para los que a veces preferimos dejar el coche en el garaje. Aunque parezca increíble, el siguiente convoy llegaba a mi ciudad ¡tres horas después!

La Galicia profunda no son las villas coquetas y apacibles ni las aldeas con vacas y prados verdes, sino los problemas profundos que parecen no humillar a nadie. Que no haya comunicación en tren de Santiago a Noia o de Ourense a Lugo o de Vigo a Oporto o que un estudiante tarde en llegar de Ferrol a Coruña hora y media o que una persona de Foz sin coche apenas tenga opción de ir a ninguna parte, ya tienen delito, pero que después de haberse invertido cientos y cientos de millones de euros en la doble vía y en la remodelación de céntricas estaciones a lo largo del eje atlántico, los horarios sean tan reducidos como en los noventa, a mí me parece profundamente indignante. La gran mejora es que ahora no te dejan subirte en al vagón del correo que tanto visitamos los estudiantes de otra época.

Me imagino el estupor de los turistas europeos al llegar a una estación y ver las opciones de viaje. Eso sí, si ponen el telediario verán a los políticos muy preocupados por la sostenibilidad y recomendando los medios de transporte públicos y poco contaminantes.

Los nuestros, además, escriben cartas de repulsa ante las palabras inadecuadas. Seguro que no lo hacen mientras esperan un tren.

Nuestra hipocresía es más sostenible que nuestro planeta.

Como dijo tan bien Greta Thunberg con su acento nasal: Bla, Bla, Bla.

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