Opinión

Nacer, amar, morir

El primer emigrante de Galicia quizás fue aquel hombre de la Gudiña que un día se levantó, abrió la puerta de su casa, sintió chirriar los goznes que con su quejido callaban el sonido del viento que seguramente entraba por los marcos mal encajados de la única ventana, extendió la vista como cada mañana, vio el valle allá abajo, los castaños y los robles deslizándose por la pendiente y arriba las montañas, unas detrás de otras, redondeadas como los senos de una mujer. Solo había visto los de su madre cuando amamantaba a los críos que no dejaban de nacer y de morir. Él siempre imaginó cómo sería poner las manos allí, en los senos maternos, blancos como camelias, y siempre imaginó cómo sería el mundo más allá de los montes, aquellas tierras planas y amarillas de las que hablaban los viajeros.

Desde que el mundo es mundo siempre ha habido alguien en los caminos.

Así me lo imagino yo, justo antes de coger un morral, meter un mendrugo de pan, una tajada de tocino y echarse a andar por el sendero de Castilla, pero esto lo cuenta mucho mejor Alfredo Conde con toda esa ironía y ese talento que tiene para narrar que le sirvió para escribir una novela estupenda con esa fabulación, la del beato gallego. Te la recomiendo mucho.

Algo se sabe de cómo fue su trasiego más allá de la Canda y el Padornelo, y de cómo se subió a un barco que lo llevó a América. Y que vivió los casi cien años del siglo XVI que le dieron para convertirse en santo. O casi. Su cuerpo sigue más o menos incorrupto detrás de una vitrina en algún lugar de México.

Pero no todo el mundo tiene la necesidad de ir de aquí para allá y de esos, de los que se levantan cada día de su vida frente al mismo paisaje, se escribe poco. La monotonía da para pocas novelas, aunque hay grandes historias donde se cuenta un transcurrir donde nunca pasa nada, como en aquella americana del profesor de universidad que ya es considerada un clásico, Stoner.

Hay otra novela que habla de la vida de un hombre. Solo eso. Un hombre que vive en la montaña, tiene frente a él lo más esplendoroso del mundo, y también lo más cruel. La naturaleza lo es, bella y difícil. El único destello en la vida del protagonista es el amor. Ese calambre que siente un día al tocar a una mujer. Será su mujer. Se morirá. Volverá a estar solo. Al día siguiente saldrá el sol por el mismo lugar de siempre. En invierno la nieve volverá a cubrirlo todo. Un día le tocará a él recibir su espacio bajo la tierra, la única que posee un hombre, la que nos cubre cuando morimos.

La escribió un austríaco y se titula Toda una vida.

Quizás en lo esencial todas las vidas se parecen más de lo que pensamos.

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