Opinión

Marta

Ahora los enfermos se amontonan en las Ucis, que se han multiplicado en los hospitales pero milagrosamente no en las estadísticas

Tengo una amiga que se llama Marta. Es morena, de piel suave, le gusta comer bien, el vino tinto y pintarse los labios de rojo. Siempre está de buen humor aunque nunca tiene problemas para decir lo que piensa ni lo que siente, con esa seguridad tranquila que derrochan las personas con carácter. Es de estos seres humanos, por escasos, a los que nunca se le acaba la ilusión, por eso puede amar a su marido como si se hubieran conocido ayer y salivar como una niña frente a un pastel. Quizás es la persona con más inteligencia emocional que conozco y es capaz de reírse siempre, incluso cuando la quimioterapia la hizo quedarse calva a cambio de curarla de un cáncer de mama.

Marta es enfermera de cuidados intensivos, que es lo que siempre quiso ser y de alguna manera es la que nos cuida intensamente a todos los que andamos a su alrededor.

Cuando era pequeña se colaba en la consulta y preguntaba a los pacientes qué les pasaba y en qué les podía ayudar. Era buena estudiante y su padre, médico militar, se enfadó mucho cuando ella decidió que no quería estudiar medicina, que a ella lo que le gustaba era cuidar y eso difícilmente se podía hacer en una visita de médico. 

Recuerdo una noche, cuando salir a cenar aún era posible, que ella se retiró temprano porque al día siguiente tenía una operación a corazón abierto. Sus amigas siempre pensamos que, si la vida nos pusiera en esa situación, qué suerte sería tener una Marta.

Ahora los enfermos se amontonan en las Ucis, que se han multiplicado en los hospitales pero milagrosamente no en las estadísticas. "He visto a las mejores enfermeras llorando en los pasillos", me dice, "las he visto cuestionarse su vocación y no porque apenas podamos cogernos días libres, sino porque no podemos atender como debiéramos, porque nos sentimos inútiles y abandonados". Ella no se rinde e intenta hacer la vida más fácil a todos, mantener la sonrisa, llevar un pastel, mediar en las discusiones que se multiplican entre sus compañeros a medida que aumenta el estrés porque no son héroes, son buenos profesionales que ven como pasa por sus manos la muerte y el fracaso de nuestra sociedad.

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