Opinión

La única tierra

Hay cementerios a los que nunca he ido y cementerios a los que siempre quiero volver. 

No he ido, por ejemplo, al camposanto que salía en ‘Una palabra tuya’, aquella película basada en la poderosa novela de Elvira Lindo que creo que rodaron en un pueblo de belleza profunda en algún rincón de Guadalajara. Tal vez algún día lo encuentre y sea como yo lo recuerde, un montón de tumbas encaladas a punto de precipitarse por un risco, tan despojadas de sostén como la protagonista, que escondía a su bebé muerto sin aceptar su triste destino.

Y tal vez por los caminos de Castilla busque en La Nava de Asunción la tumba de Gil de Biedma y le diga que, aunque lo intentamos, seguimos sin aprender que la vida va en serio hasta que ya es demasiado tarde.

Lo sabe Tolstoi, que reposa en un túmulo de tierra cobijada por los árboles en la que, según Zweig, es la tumba más hermosa del mundo

Tampoco he visitado el cementerio de Génova, uno de los más grandes, más monumentales y más conocidos de Europa. Está en el mapa de todos los buscadores de tumbas. Cuando vaya me alojaré en un hotel decadente, de fachada desconchada y pulsaré el timbre en la recepción para preguntar qué línea de bus debo coger para ir a Staglieno. Quizás me enamore fugaz y estruendosamente como Mariana Enríquez, que estimulada por la fuerza del Eros y el Tánatos y por los ojos azules de un violinista callejero al que había conocido unas horas antes, hizo el amor sobre una lápida y lo cuenta tan divinamente en ‘Alguien caminará sobre tu tumba’, el libro de paseos por cementerios que me habría gustado escribir a mí.

No creo en más vida que la de la carne, pero en la brevedad de nuestra existencia está bien que al menos quede un nombre grabado en la piedra. 

Me gustan las tumbas primigenias, a las que llegaron los cuerpos con la vida aún oliendo en sus ropas y no los mausoleos que la posteridad decide queriendo cambiar la historia, como si se pudiera corregir el destierro o el olvido.

Deberíamos saber que la única tierra que posee un hombre es aquella que lo acogerá cuando muera.

Lo sabe Tolstoi, que reposa en un túmulo de tierra cobijada por los árboles en la que, según Zweig, es la tumba más hermosa del mundo. 
Sí, ahí también he de ir.

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