Opinión

La gran pregunta de la guerra

La gran pregunta de la guerra es el porqué. Intentas enunciar las respuestas y las palabras, recurrentes, patria, libertad, territorio, se deshacen en el aire como las estelas de los aviones en el cielo. Incluso la palabra democracia, capaz de ocupar toda la bóveda celeste, se desvanece cuando a la puerta de una madre llega el cadáver devuelto de su hijo muerto.

Tener claro quién es el agresor no nos exime de dilemas morales y filosóficos. Uno esencial es cuánto vale la vida de un hombre y cuándo, y en nombre de qué, alguien puede disponer de la vida de otro.

En Jantipa o del morir, el joven filósofo Ernesto Castro enfrenta a sus personajes, cinco mujeres en una noche de Auschwitz, a un debate platónico sobre esta cuestión. Todas son trasuntos de personas reales, una de ellas la pensadora Judith Stein que se convirtió al cristianismo, fue asesinada por los nazis y beatificada por el papa Juan Pablo II.

En la ficción, dos de las mujeres tienen la opción de cambiar el nombre de Stein, que aparece en la lista de prisioneros que visitarán la mañana siguiente la cámara de gas, por el de un Kapo infame y cruel que gustosamente controlaba a sus compañeros de destino.

La mujer se niega y durante todas esas horas previas al desenlace fatal, todas ellas mantienen elevadas discusiones sobre el mal, sobre la muerte, sobre el alma y también sobre Dios, partiendo de ese supuesto en el que deben decidir si es ético decidir sobre la vida de otro y enfrentándose a la perversión que supone tener que convertirse en verdugo para sobrevivir.

En nuestra actualidad, donde parece que definitivamente no caben los matices, parece que nadie se cuestiona ni las causas, ni los motivos, ni las salidas a un conflicto que no pase por las armas. De repente, un nuevo villano nos ofrece suficientes alicientes para convertirnos a todos en belicistas que alabamos un aumento de gasto militar y aplaudimos a voluntarios que salen de Getafe o de Mazarrón y se van a Ucrania a aprender a disparar un kalashnivov, como si hubiera un comportamiento heroico en el deseo de tener la oportunidad de matar a alguien.

Quizás no quede otro remedio que luchar, no lo sé, pero quizás deberíamos preguntarnos también, ¿Quién gana? 

Saber quién pierde está más claro: los que mueren.

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