Opinión

La felicidad era un verso de Wordsworth

En los días oscuros, una noche como todas las noches vi en la 2 Esplendor en la hierba. Natalie Wood y Warren Beatty eran poco más que adolescentes y se enamoraban. El amor es patrimonio de los jóvenes pero ni siquiera la juventud es garantía de que salga bien. Ellos se amaban desesperadamente. El amor venía porque sí, o por las razones por las que aparece el amor, sean cuales sean, y la desesperación venía por el deseo insatisfecho. Era una chica formal y las chicas formales no podían sentir lo que sienten cuando un hombre les gusta, por eso las mujeres siempre hemos tenido que llamar amor a ese ardor en el vientre. Pero ese es otro tema. 

Él era un joven de bien y los jóvenes de bien no mancillan a las chicas formales antes de casarse y el matrimonio era una opción con dificultades porque siempre hay un padre rico que lo impide y una universidad que te espera. Así que se dejaron. Se amaban y se dejaron, porque no podían amarse del todo y el amor no entiende de medias tintas. Él se fue a la universidad y al alcohol y ella al manicomio, uno bonito con verdes jardines y salas de arte donde aprender a dibujar y a hacer ceniceros de barro. Pasó allí mucho tiempo. 

Ambos se miran con cariño, como si por fin hubieran conseguido vaciarse de ese amor, pero al hacerlo se hubieran quedado vacíos ellos

Mientras tanto, el crack del 29 hizo pobres a los ricos y más pobres a los pobres, nada nuevo. Los señores se arrojaban al vacío por las ventanas de sus despachos mientras algunos seguían bebiendo bourbon en clubs nocturnos, ajenos a la tragedia o precisamente por ella. Esa escena es inolvidable. Me tomaré un chupito de whisky a la salud de Elia Kazan por esa maravilla cuando divertirse deje de estar prohibido y cuando se empiecen a contar los suicidas que deje la pandemia. 

Por fin la joven Natalie, no recuerdo cómo se llama el personaje, sale de su lugar de reposo y regresa a casa. Es parte de su curación ver al que fue, sin poder evitarlo, causa de su locura. Lo visita en su casa en el campo. La vida y el dinero de su padre se han defenestrado. Tiene una mujer buena que lo quiere, mucha mugre y un niño entre los brazos. 

Ambos se miran con cariño, como si por fin hubieran conseguido vaciarse de ese amor, pero al hacerlo se hubieran quedado vacíos ellos. 

¿Eres feliz? Le pregunta ella. 

Él se encoge de hombros y dice: no pienso en eso. 

Ella asiente. 

La felicidad será para siempre un verso de Wordsworth.

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