Opinión

El mar

Hubo un tiempo no tan lejano en que las personas de interior podían pasarse la vida sin ver el mar. El ‘tío Pepe’, que años después murió mirando las mismas montañas de cada día sentado en el poyo, lo contempló por primera vez ya muy mayor. Yo no estaba allí, pero como sucede con otras tantas cosas que me han contado, el instante está construido en mi memoria con total nitidez. Lo veo con su pantalón de pana gruesa y su boina y su cayado y el estupor dibujado en sus ojos del color de los castaños. Qué sintió, no lo sabemos, pero lo podemos imaginar porque la sorpresa de ver el mar no se acaba nunca. Nos plantamos frente a él siempre por primera vez y al hacerlo dentro de nosotros se desatan todas las posibilidades, todas las metáforas, nos crece un infinito y también todos los monstruos, porque el mar y nosotros estamos hechos de criaturas abisales que nunca salen a la luz, pero existen allá abajo. 

La literatura está hecha de mar y de amor, como nosotros, que somos agua y emociones. La ‘Odisea’ deUlises fue marítima y la obra de Homero sigue tan viva como entonces porque aquí dentro no hemos evolucionado nada, seguimos hechos de la materia de los sueños. Dicen que Homero era ciego, así que el mar de sus travesías era soñado y al mismo tiempo conocido, porque como dice Borges, "antes de que el tiempo se acuñara en días, el mar, el siempre mar, ya estaba, ya era".

El mar nos obliga a ser orilla, como diría Benedetti, y nos quedamos esperando sus historias de final oscuro, porque las tiene

Antonio Lucas, que escribió el mar desde dentro, un mar total, sin tierra a la vista ni conmiseraciones, con toda la épica, pero la del trabajo extenuante, del olor a pescado y a soledad, de la vida sin contornos ni siquiera visuales, un mar con el único horizonte de la posibilidad de la muerte que llega con cada tormenta en el Gran Sol, dice que desde su experiencia a bordo de un pesquero durante una ‘mare’”, la poesía sobre el mar habrá de ser otra cosa.

Para los demás, el mar nos obliga a ser orilla, como diría Benedetti, y nos quedamos esperando sus historias de final oscuro, porque las tiene, más para nosotros, que vivimos en costas ávidas de náufragos. 
Hubo un tiempo en que nuestros paisanos usaban los candiles para confundir a los navegantes y hacer que encallaran en las playas. Por la necesidad o por la naturaleza, a veces somos un poco piratas y siempre tenemos presente que el mar puede ser ‘alianza o sarcófago’.

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