Opinión

Las cuentas del Gran Capitán

Cada vez que me siento frente al papel en blanco para escribir mi columna de los domingos me paso un largo rato debatiendo conmigo misma sobre los temas a tratar, y no es que me falten ideas, es que se me cruzan como los nudos de las autopistas en las afueras de cualquier gran urbe de Japón. 

En Japón nunca estuve, pero no sería la primera vez que salgo de un lugar y regreso a él por haberme metido en el ramal equivocado, y no es que carezca de sentido de la orientación, es más bien que me cuesta definir un destino. En la escritura me pasa lo mismo que con la vida, no tengo ni idea de adónde voy ni tampoco si quiero ir por carreteras secundarias o por autovías, conducir un vehículo veloz o deslizarme despacio y con cuidado como una dorna en una bahía tranquila. 

Ojalá fuera verdad lo que le dije una vez a mi amiga Susana Pedreira, no importa saber adónde vas, sino de dónde vienes. De vez en cuando me lo recuerda y yo parpadeo mucho intentando no olvidar el significado de la frase. Es fácil borrar a mis bisabuelos campesinos de los que apenas sé su nombre.

Seguramente el que no lo olvida es Luis Medina. Él sabe que tras ese nombre aparentemente normal que usa el fiscal para dirigirse a él, hay generaciones y generaciones de personas importantes. Me lo imagino sentado en el juzgado deseando responder con la ira de su antepasado, el Gran Capitán, cuando el rey le pidió cuentas de sus gastos en la campaña de Nápoles. "Cien millones de picos y palas y azadones para enterrar los muertos del enemigo, ciento cincuenta mil ducados en frailes y monjas y pobres para que rogasen a Dios por las almas de los soldados caídos en combate, cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del hedor de los cadáveres del enemigo…cien millones de ducados por mi paciencia en escuchar que el rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino". 

Siglos después, la aristocracia, esa cosa tan obsoleta y demodé  que nos sigue provocando fascinación, sigue pensando que el país es suyo, no por lo que hagan ahora, que es más bien poco, sino por el poder heredado. Los títulos se reparten, las fincas se desmenuzan, los cuadros se inmovilizan en fundaciones, pero, ay, tu estirpe que se traduce en un cuerpo, en unos modos elegantes y flexibles, permitirá que cuando levantes el teléfono, alguien al otro lado hará una genuflexión inconsciente. Y dirá, sí. 

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