Opinión

Chácharas y naranjos

Qué quieren que les diga, ir de viaje con las amigas debería ser considerado patrimonio inmaterial de la humanidad, a la altura del arte de los encajes en Croacia o de la epopeya de Görogly, que no sé lo qué es pero quizás lo supiera si fuera capaz de situar en el mapa Turkmenistán. 

Si quisiera corregir mi ignorancia buscaría ahora mismo en Google el lugar exacto dónde está ubicado el país en cuestión, pero como pasa casi siempre que uno está a punto de recortar un milímetro el tamaño infinito de su ignorancia, hay otras cuestiones mucho más baladís que se cruzan en tu camino para que perseveres en tu desinformación. 

Quizás mañana averigüe de epopeyas de países lejanos pero ahora estoy en un bar de Granada tomando un té e intentando escribir unas líneas mientras a mi alrededor los locales disfrutan del tardeo del sábado tomándose un gintónic frente a la silueta imponente de la catedral. La última luz del día ilumina la fachada de Alonso Cano y el mundo entero parece tener armonía, aunque no tanto como en el Albaicín donde a esta hora estarán todos los turistas intentando apresar la belleza de esta ciudad que estalla aún con más fuerza en el ocaso en ese barrio blanco y milenario donde crecen los cipreses y el pescadito frito y desde donde la presencia de la Alhambra, el castillo rojo de los reyes nazaríes, es tan rotunda e irrevocable que una no puede dejar de pensar que está ante el monumento más increíble del mundo. Luego te acuerdas de Abu Simbel o de aquella noche de luna llena frente a las ruinas de Petra y empiezas a dudar del presente , pero con los viajes pasa como con el amor, el que está sucediendo siempre te parece el definitivo, el que cambia la medida de las cosas, el que te ha llevado a un punto nuevo al que nunca antes habías asomado. 

Si eso no sucede, más vale largarse pronto y asumir preventivamente la decepción. 

Granada no decepciona y las amigas tampoco. Por ellas soy capaz de sumarme a uno de esos tour que se hacen en todas las esquinas de todas las ciudades bajo los epígrafes más variopintos y que nos convierte a los turistas en alumnos más o menos cumpliditos. 

Reconozco mi fracaso en la mayoría de los casos y no será culpa de los guías y su difícil labor, la de armonizar una charla que le valga a un público heterogéneo y del que no saben nada, sino de mi mala disposición para adaptarme al grupo, al menos un grupo que vaya más allá de esa familia que has creado a lo largo de tantos años y que te hace reír en una sacristía o en el Patio de los leones. 

En el paseo de hoy, eterno como el olor de las rosas de los jardines del Generalife, el hombre que ostentaba la palabra, en lugar de referirse al arte y a la arquitectura de lo que teníamos delante, nos dio una clase magistral de historia medieval adaptada para alumnos de primaria, que es lo que imaginaba que éramos, con sus propios aditamentos de supuesto feminismo, anti genetismo y nacionalismo granadino. 

¿Por qué en cualquier lugar una se encuentra con un hombre encantado de escucharse a sí mismo?

Eso pensaba a la sombra de un naranjo mientras el agua de las fuentes susurraba con un sonido mucho más dulce que aquella cháchara incesante. Tan aborrecible como la mía en este instante. 

Menos mal que nos queda la belleza y que por ahí vienen mis amigas a salvarme. 
 

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