Opinión

Cerrado por melancolía

Me despierto y busco algo, pero no está. Que no esté es lo normal y sin embargo sigo buscando como los tullidos buscan el miembro que un día tuvieron.

Quizás eso le pasa a esa persona de Ferrol que colgó en la puerta de su establecimiento un cartel que reza Cerrado por melancolía, que se levanta cada mañana, se viste mecánicamente, humedece el peine y se lo pasa por el pelo, cada vez más ralo, mete las solapas de la camisa dentro del jersey, va a la cocina, sacude el azucarillo unos segundos antes de echarlo sobre el café, se lo toma de pie sobre la encimera, le pone agua al gato que se restriega contra su tobillo dejándole un faldón de pelos grises sobre el pantalón de tergal, se lava los dientes, ciento veinte segundos frotando, exactos como es exacto el reloj del pasillo que lleva docenas de años dando la hora sin fallar nunca, ni siquiera cuando murió la abuela, su primera dueña, cierra la ventana del cuarto que abrió un poco antes, al despertarse con la radio que suena de golpe cada mañana a la misma hora, comprueba que llueve, otra vez, se asegura de cerrar bien los postigos, que crujen, va hacia la puerta, se echa un último vistazo en el espejo del aparador de la entrada, ve sus ojeras, ve en ellas la mirada cansada de su padre, coge las llaves, baja las escaleras y solo una vez allí, en el umbral del portal, frente a la calle desierta y mojada, recuerda que olvidó el paraguas y que, sobre todo, olvidó que ya no tiene negocio al que ir, que hace semanas que puso aquel pasquín anunciando los tiempos que ya no existen, susurrando que todo es pasado en esa ciudad donde las campanas de las iglesias suenan a decadencia y siente frío, aunque ahora los otoños son suaves y duda un instante, pero sale igual y camina un poco evitando los adoquines sueltos que expulsan el agua y entra en un bar que aún tiene los mismos sofás de escay de los años setenta y se sienta cerca de la calle y sus verjas cerradas y a su lado no hay nadie excepto unas dependientas de la única tienda que todavía sobrevive hablando de la última compra que han hecho por internet y él se pregunta cuánto tardarán en llegar a su puesto de trabajo y encontrarse con un cartel en la puerta que diga, como su propia vida, como su propia ciudad, cerrado por melancolía.

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