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Lo que el plantón esconde

LAS RAZONES por las que los presidentes de las diputaciones de Lugo y Pontevedra, los socialistas Darío Campos y Carmela Silva, han decidido no comparecer en la comisión parlamentaria para presentar los presupuestos de 2018 pueden ser muchas y muy variadas. Por ejemplo, se puede especular con una gran conspiración del sector perdedor de las primarias socialistas, el de Juan Díaz Villoslada, que a través de tres de sus rostros más influyentes —Campos, Silva y Formoso— montan una escena de discrepancia interna como toque de atención al nuevo líder.

Después están las hipótesis exhibidas por el popular Miguel Tellado, que baraja que los socialistas no quieran acudir porque se avergüenzan de su gestión, porque no creen en la cooperación entre administraciones o porque es la nueva línea de confrontación que marca Gonzalo Caballero.

Una tercera teoría apuntaría al efecto que empieza a tener la conflictividad de la crisis catalana sobre la política en general, igual que la crisis económica alteró la calle y después esa crispación se trasladó a los gobernantes. Este razonamiento encajaría con el paulatino enrarecimiento que empezó a vivir después del verano en la política gallega, sobre todo en el Parlamento, donde se volvieron a vivir espisodios que parecían desterrados desde la desaparición de Age y la retirada de Beiras.

Y, por último, estarían los argumentos oficiales dados por los propios protagonistas. Silva sostiene que se sintió perseguida en su comparecencia de 2016 —aunque peor lo pasó su homólogo ourensano José Manuel Baltar, entonces inmerso en su escándalo sexual—. Y Campos argumenta que la provincia de Lugo está discriminada por la Xunta en materia de inversiones.

Yo, personalmente, no compro ninguna de estas teorías. Creo sinceramente que los presidentes de las diputaciones de Lugo y Pontevedra no acudieron al Parlamento de Galicia sencillamente porque no les dio la gana. Igual que en su día hicieron Cacharro, José Luis Baltar y Louzán. En el fondo es solo un ejemplo más del anacronismo de las diputaciones y de la tradición de gobernarlas como cortijos personales.

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