Opinión

Y entonces llegó ella

HOY HABRÍA podido escribir sobre la formación de ayuntamientos, sobre la infanta ‘desducada’ (el palabro me lo he inventado yo), sobre el tiempo inestable, sobre la ofrenda del Corpus o sobre lo que habrá debajo de la gorra del nuevo alcalde de Santiago. Temas hay de sobra, pero entonces llegó ella y lo cambió todo. Me enteré del affaire entre Preysler y Vargas Llosa por el mensaje de una amiga que, a las nueve de la mañana, me mandó la portada del Hola, esa biblia de la vida social que jamás da una puntada sin hilo. Isabel lo había vuelto a hacer. Primero se casó con un artista, luego con un aristócrata y luego con un ministro de economía. A su edad debería haber cerrado ya el kiosko, pero no señor: su última conquista es un premio Nobel. Ahí es nada. Isabel tiene 64 años y ha rehecho su vida con un señor como Mario Vargas Llosa, que es escritor y guapísimo, además de rico de remate.

Ahí es nada. Isabel tiene 64 años y ha rehecho su vida con un señor como Mario Vargas Llosa, que es escritor y guapísimo, además de rico de remate

A su edad, Jacqueline Kennedy (que fue primera dama y tenía el más privilegiado esqueleto del siglo XX) tuvo que conformarse con un caballero millonario, pero también bajito y gordo y con los mofletes sonrosados. No me digan que lo de Isabel no tiene mérito. Otras, al enviudar, se visten de negro y cierran los visillos. Ella se pinta la pestaña y vuelve al mercado con el mundo por montera. Lo de Isabel Preysler es un canto a la vida, hey, al volver a empezar, a las oportunidades en la edad de jubilación. Entre ella y Manuela Carmena, menudo subidón tienen las abuelitas. Una, alcaldesa de Madrid. La otra, consorte del premio Nobel. Que no, que la vida no se acaba con el sexenio, ni el luto es para siempre. Estoy deseando leer la primera entrevista en exclusiva en la que Isabel reconozca que es feliz y que sólo piensa en el presente. A lo mejor el año que viene me la encuentro en algún acto de la Academia o en la entrega del Cervantes. Hasta entonces, espero le vaya bonito para que nos avive a todas la esperanza en la tercera edad. Mis respetos, señora.

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