Opinión

Regreso a la gloria

EN MI primera adolescencia, las semanas se dividían en dos: con Breogán o sin Breogán. Cuando el equipo jugaba fuera, los sábados tenían un aliciente menos. Cuando jugaba en Lugo, las pandillas se citaban pronto, a las cuatro, a las cinco de la tarde, y luego bajábamos todos casi procesionando con destino al viejo pabellón, donde nos esperaba la lucha contra los grandes del baloncesto, el CAI Zaragoza, el Barça, el Estudiantes, el Real Madrid o el Juventud de Badalona. Veíamos aquellos partidos con una bolsa de pipas en la mano y en el ánimo opciones de triunfo. Recuerdo que en la temporada 83/84 el Breogán (aún no era el Breo) consiguió meterse en la A1: la zona sacrosanta de la tabla clasificatoria que, a mitad de temporada, te ponía a salvo del descenso. Sólo ocho equipos lo consiguieron. Los días de gloria del Breogán fueron sucedidos por una travesía del desierto que acabó el viernes, al filo de las once de la noche, cuando el equipo se aseguró el pase a la ACB. Doce años en el purgatorio hicieron el triunfo más dulce y la alegría más grande. 

No sé si los adolescentes de hoy siguen quedando los sábados de partido para animar al Breogán. No sé si, sentados en unos asientos cómodos y en un ambiente atemperado, saben que treinta y tantos años atrás sus padres se acomodaban en bancos de cemento en un pabellón desvencijado y gélido donde el único calor lo ponía una afición considerada de las más entregadas de España. Sea como sea, el Breogán ha regresado a la liga de los mejores. Lugo volverá a la agenda de los grandes equipos, a ser foco de atención de las publicaciones deportivas, a batirse el cobre con clubes que tienen cinco y seis veces su presupuesto. Enhorabuena a la familia breoganista. Y un apunte: en 1983, cuando se materializó el ascenso a lo que entonces era División de Honor, se celebró con los jugadores dando una vuelta a la muralla a lomos de unos borricos. Ahí queda la idea, por si alguien se anima a reeditar el episodio.

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