Opinión

Más deberes

PARECE INCREÍBLE, pero seguimos hablando de deberes. Un amigo, hombre mesurado y brillante académico, se me quejaba amargamente el otro día de que dos asuntos habían sacado a la calle a la comunidad educativa en los últimos meses: las reválidas y los deberes. Sin embargo, poca reacción despertaba la pobreza de nuestros resultados PISA  o las poco halagüeñas perspectivas de las universidades españolas. Sí, lo de los deberes es un problema para el que existen muchas soluciones desmadradas: unos quieren ponerse  flamencos y mandar a los niños el lunes con los deberes sin hacer, y otros proponen que cada profe haga lo que le dé la gana, aunque esto sea poner tareas que de ninguna forma el niño puede hacer solo. Y eso supone que dentro del aula los alumnos se dividirán en dos grupos: aquellos cuyos padres están en condiciones de ayudarlos, y los que no. Ha llegado el momento de hablar seriamente de este tema, y sin pasarnos de la raya establecer unos parámetros mínimos para el trabajo que los críos se llevan a casa. Los deberes tienen que existir, y son buenos para fijar los contenidos aprendidos en clase. Pero, y ahora que echa a andar el Pacto de Estado por la educación es necesario llegar a un acuerdo para racionalizarlos y fijar un marco que defina su función. Me preocupa que haya padres defendiendo a capa y espada que el niño no puede coger un boli en cuanto sale del colegio, pero  también que haya niños  que tienen que confesar que llevan la tarea sin hacer porque su padre o su madre no están en condiciones de echarle un mano para hacer la ecuación de segundo grado o la traducción de inglés. Yo recuerdo una infancia con deberes hechos antes de la merienda, pero no esas tardes infernales de las que hablan algunos padres con el niño llorando ante los ejercicios de matemáticas. Hablar no es malo. Y el problema ya está aquí. La cuestión es si jugamos a ignorarlo o buscamos la mejor forma de encontrar una salida entre todos. Y eso es lo que toca.

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