Opinión

Los tontos, el malo y el fiscal

LAS GRANDES tragedias tienen la facultad de revelar la pasta de algunos seres humanos. La de Germanwings nos sirvió para señalar a los tontos que habitan entre nosotros: aún estaba caliente el fuselaje del avión, y ya el hermanísimo del líder de Izquierda Unida culpaba de todo al capitalismo salvaje. Cuando, tras saberse que había víctimas españolas, el gobierno decretó tres días de luto, salió la reina de los bobalicones, Beatriz Talegón, diciendo que todos los días muere gente de hepatitis y no hay duelo oficial.

Talegón es una chica de pocas luces y mucho morro, clásico ejemplo de la nini de un partido: empiezan en las juventudes agitando la bandera detrás del líder, y de ahí a convertirse en bienpagá en alguna asesoría. Beatriz tuvo su momento de gloria cuando reprochó a sus compañeros socialistas que se reunieran en un hotel de lujo. Fue un alarde de cara dura: la chica tiene 32 años y se ha limitado a saltar de un puesto político a otro y viajar predicando la salvación del socialismo, como una versión progre de los testigos de Jehová. Después, la figura de los tontos fue oscurecida por la del malo: Andreas Lubitz, ese demente y grandísimo hijo de tal, que decidió abandonar el mundo llevándose 149 vidas por delante. Al conocer al malvado, los bobos se difuminan, porque nada hay más grande. Y luego, cuando ya el dolor enloquecía a 150 familias (incluida, por supuesto, la del culpable del desastre) apareció el bueno en forma de fiscal: un desconocido llamado Brice Robin se enfrentaba a los eperiodistas para contar sin tapujos todo lo que sabía. Minutos antes había tenido el valor de hacer lo propio con trescientos familiares de las víctimas con esa misteriosa mezcla de gallardía y delicadeza que sólo saben manejar los elegidos.

Sé poco de Brice Robin, salvo que pertenece a esa rara especie humana llegada para poner luz en la oscuridad, orden en el caos, esperanza en medio del inmenso campo de estulticia que a veces parece ser este mundo nuestro.

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