Opinión

Lo raro es odiar

LEÍA UNA entrevista con David Trueba en la que, de forma algo impertinente, el periodista le interpelaba sobre la buena relación que le une a su ex mujer, Ariadna Gil. Trueba, gran tipo, contestaba "lo raro es odiar a alguien con quien has vivido". Es una verdad como un templo. Yo subo la apuesta: lo raro es odiar. Así, en general.

Y, sin embargo, últimamente me da la sensación de que el odio está en el aire, multiplicado y amplificado hasta el infinito por la redes sociales que van y vienen cargadas de hiel, de rabia y de ira. Es raro el día que no tenemos varios linchamientos a la vez, todos alentados con una ferocidad que asusta, más aún si tenemos en cuenta que la provocan y atizan personas que no conocen de nada a la víctima de su inquina.

¿Es de verdad posible detestar de forma tan extrema a alguien a quien no se conoce? ¿Desear el mal en estado puro a un hombre o una mujer con quien no se ha cruzado palabra? Parece que sí. Mentiría si dijese que no odio a nadie: sí, quizá hay dos o tres personas en el mundo de las que abomino apasionadamente. Pero con todas tengo asuntos personales que han derivado en un caudal de repulsa mutua.

Mientras escribo esto me pregunto a mí misma si sería capaz de hacer daño deliberadamente a esas personas, y me alivia pensar que la respuesta es no. Hay, desde luego, seres que no me gustan o que me provocan una indomable antipatía, pero lo que siento por ellao se parece más a la indiferencia, quizá porque a lo largo de los años he aprendido a pasar página.

La gran Ingrid Bergman decía que para ser feliz hay que tener buena salud y mala memoria, y Borges escribió "que no hay otra venganza que el olvido / ni otro perdón / Un Dios ha concedido / al odio humano esa curiosa llave". Apliquémonos el cuento y rebajemos la intensidad de las pulsiones más oscuras. Casi nadie merece que despleguemos nuestro caudal de malicia, nuestra capacidad de causar dolor a otros. Trueba tiene razón. Lo raro es odiar.

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