Opinión

Gana Nadal

EN LA madrugada del sábado vi ganar a Nadal su partido de dobles. Debería estar acostumbrada, porque he sido testigo de sus triunfos muchas otras veces, y sin embargo me emocioné como siempre. Y, sobre todo, me emocionó su emoción. Parece mentira que un chico que lo ha ganado todo, a quien se considera con justicia el mejor deportista español de la historia, siga llorando tras conseguir una victoria que, en términos estadísticos, no va a suponer gran cosa en su carrera. Que Nadal haya acudido a los juegos de Río es algo que merece una reflexión detenida: el maratón de partidos le va a pasar factura en la próxima temporada. Su muñeca no está bien, y los golpes de raqueta hacen que se resienta. A veces, incluso, causan al tenista un dolor insoportable. Cada bola de break, cada punto de partido en estas olimpiadas, lo pagará Nadal en el próximo Grand Slam. Materialmente, no habrá compensación posible. Ni aunque regrese a España cubierto de oro subirá Rafa en la escalera de la clasificación. Y en cuanto a alegrías económicas, mejor ni hablamos. Perdonen que lo diga así de ordinario, pero ir a Río a Nadal va a costarle mucho, muchísimo dinero. Otro, en su lugar, habría escurrido el bulto alegando una lesión que todos sabemos que es real, para ver los juegos desde una hamaca en Saint Tropez, en Capri o en cualquier sitio en el que veranean los ricos. Pero Nadal encarna los valores soñados del olimpismo, y además es un patriota, y allí se fue, en un viaje a agotador, para enfrentarse a un calendario demencial y dejar claro que tiene tanta hambre de victoria en un partido preliminar como en la final del Roland Garros. Luego, cuando hacer subir la bandera de España mientras suena el himno, Rafa llora como si fuese la primera vez, como si no estuviese ya acostumbrado a pasearse por la gloria. Y en ese momento, cada español querría dar un abrazo a Nadal y susurrarle “gracias”. Porque, de alguna forma, sabemos que lo que ha hecho va por nosotros.

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