Opinión

El prusés y el ridículo

HACE AÑOS tuve conocimiento de una anécdota que de no ser patética podría resultar graciosa. Un político gallego –me ahorraré el nombre por no resultar cruel– viajó a Bruselas para ser recibido por Jacques Delors, entonces presidente del Parlamento Europeo. Cuando acabó el encuentro, el político dio una rueda de prensa, dando prolijos detalles de los temas tratados. Días más tarde, se supo que la supuesta reunión se había limitado a un apretón de manos y una foto ante la bandera europea, y que el político gallego había estirado el tiempo subiendo y bajando en el ascensor para hacer creíble el camelo. Recordé la historia tras el viaje de Puigdemont a Estados Unidos, donde supuestamente se le esperaba con gran expectación. Luego resultó que el periplo del buen hombre tuvo como hitos más importantes el encuentro en Washington con tres congresistas republicanos (uno de ellos, un rendido admirador de Putin que dice que los habitantes de Alaska podrían ser rusos si quisieran) y una conferencia en una pequeña sala del Centro de Estudios Europeos de la universidad de Harvard ante un auditorio compuesto mayoritariamente por estudiantes catalanes. El vídeo de la charla parece un capítulo de “Inocente, inocente”. El presentador no sabía lo que era la Generalitat, el supuestamente poliglota Puigdemont pronunció la charla en catalán, un profesor asistente dijo “ los referéndums son instrumentos democráticos muy frágiles” ante el asentimiento de otros doentes… Mientras se consumaba el ridículo del president, y como si de un concurso de ridículos se tratase, Raul Romeva firmaba un artículo en The Guardian como ministro de exteriores de Cataluña. Como dijo el siempre inspirado Lorenzo Silva, “puestos a inventar, yo me presentaría como Flash Gordon”. El prusés desbarranca en disparate. Y si este festival no fuese tan condenadamente caro, habría que celebrarlo como el espectáculo en el que se ha convertido. A ver cuál es la próxima. Seguimos para bingo.

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