Opinión

El llanto de Quaden Bayles

SE LLAMA Quaden Bayles sufre acondroplasia, una variante de enanismo que deforma la cara y el cuerpo. Quaden, que tiene ocho años y vive en Australia, se hizo famoso hace unos días cuando su madre grabó su llanto desconsolado tras un episodio de acoso escolar. El chiquillo llegó a decir que quería morirse. El caso de Quaden ha provocado una ola de solidaridad desde todas partes del mundo. Decenas de celebridades le manifestaron su apoyo, y Peter Dynlage, Tyron Lannister de Juego de Tronos, que sufre la misma enfermedad que el pequeño, mantuvo con él una videoconferencia para explicarle que su mal no iba a impedirle ser feliz y exitoso.

El caso de Quaden no es único. Hay miles de críos con problemas físicos que tienen que enfrentar a la vez su discapacidad y las burlas de sus compañeros. Es duro admitirlo, pero —desde que el mundo es mundo— los niños son crueles. Como no tienen experiencia ni capacidad de análisis para entender que lo que dicen o hacen puede causar dolor a otros, siguen sólo a su instinto: se ríen de lo que les hace gracia, ridiculizan lo que les parece ridículo, señalan sin medida lo que les sorprende, no esconden el rechazo ni el asombro. La piedad es un sentimiento que no viene de serie: uno la adquiere con el paso del tiempo. Por eso es responsabilidad de los padres impedir que sus hijos lastimen a otro. Y todo aquel que sepa que a clase de su hijo asiste un pequeño con dificultades, debería tomarse el tiempo de explicar al chico que debe a su compañero el máximo respeto, y que jamás debe hacer de su discapacidad un motivo de diversión. A los ocho años creemos que cualquier cosa, incluso la vergüenza de un semejante, sirve para pasarlo bien. Es tarea de los mayores explicar a los niños cómo es la vida.

Ojalá la queja desesperada de Quaden sirva para alentar a la reflexión sobre todo eso. Porque el mundo está lleno de Quaden, y de niños que, seguramente sin pretenderlo, les están haciendo un daño irreparable.

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