Opinión

Caballitos

DESDE ESTE Lugo en fiestas que este año me pierdo, me manda mi hermana una foto preciosa: mis sobrinos, Marta y Nachete, junto a mi padre, montados en un tiovivo en el ferial. Los tres llevan un globo en la mano y una sonrisa enorme en la cara. Hay luces, colores, se intuye una música de atracción. Y pienso que es maravilloso que en esta época de juegos sofisticadísimos, realidad virtual y efectos especiales, haya niños que sigan emocionándose con un viaje en tiovivo. Un tiovivo cuyo funcionamiento es igual que el de los caballitos de hace un siglo: el lento girar de una rueda, la música de verbena, el alazán que sube y baja… En estos años se han inventado formas de diversión que ni siquiera podíamos imaginar cuando éramos niños, y, sin embargo, mis sobrinos se suben en un caballo de colores, se agarran a una barra de hierro y parecen experimentar exactamente lo mismo que yo, y que su abuelo, y que mi abuela en otros sanfroilanes lejanos. Recuerdo los versos de Machado: “Yo conocí siendo niño / la alegría de dar vueltas / en un corcel colorado / en una noche de fiesta… pegasos, lindos pegasos / caballitos de madera”. Nos separan muchas vidas de ese poema, y sin embargo se podría haber escrito ayer mismo, después de un paseo por las barracas, por ese ferial que huele a churros, a algodón de azúcar y manzanas cubiertas de caramelo rojizo. Los chiquillos todavía tienden con una mano pringosa las fichas del tiovivo. Al igual que hace años, adivinamos desde la noria los contornos desconocidos de la ciudad, y seguimos mirando al cielo cuando empieza la sesión de fuegos artificiales y haciendo cola en las casetas para comer el pulpo con cachelos que servían hace cien años en los mismos platos de madera. Miro la foto que me manda mi hermana y siento un pellizco de nostalgia, pero también un empujón de optimismo: a pesar de todo, hay cosas que no cambian, y es bueno recordarlo en el momento frenético que vivimos. Feliz domingo das mozas. Felices fiestas.

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