Opinión

Bombas

TRES VECES en mi vida escuché estallar una bomba. La primera fue cuando acababa de llegar a Madrid y Eta hizo detonar una furgoneta junto al cuartel de la Guardia Civil de Guzmán el Bueno. Murió un niño pequeño, un crío que viajaba en un coche que pasaba por allí. Otra vez fue un explosivo en la sede de Telefónica en Reina Victoria. Esta vez no hubo víctimas, pero medio edificio saltó por los aires. La tercera, cuando los terroristas pusieron un montón de goma 2 en una papelera de la calle Preciados.

La deflagración me despertó a las siete de la mañana, y me sacudí el sueño murmurando "un atentado". Aún no sabía que había muerto un policía. El ruido de una bomba no se parece a ningún otro. Es sordo y grave, suena en dos tiempos, y tiene algo tenebroso y oscuro que sabe a miedo y a muerte. Cuando escuchas ese sonido sabes todo lo que hay detrás. Lo recordé el jueves en el Congreso, cuando en sesión solemne se rindió homenaje a las víctimas del terrorismo. Recordé aquel ruido cuando vi entrar en el hemiciclo a los familiares de tantos muertos, todos con un aura de tristeza, de desamparo. Seguí recordando el ruido de las bombas cuando la hermana de Miguel Ángel Blanco se subió a la tribuna a pronunciar su discurso, y lo recordé con más intensidad aun cuando, al acabar la intervención, la mitad de los diputados del PSOE se negaron a aplaudirlo.

No sé qué puede llevar a una persona a regatear su reconocimiento a quienes se llevaron la peor parte en la lucha por la democracia, pero ahí estaban los socialistas, haciendo ostensible su desprecio. Y yo los veía mientras escuchaba en mi cabeza el ruido inconfundible de las bombas que estallaron a mi lado, y se me venían a la memoria los muertos de aquellos años. En estos días en que mucha gente me pregunta por qué no queremos hacer presidente a Sánchez, pienso contarles lo que vi hoy en el Congreso, y espero que entiendan que con gente que niega el tributo a las víctimas no quiera yo ir ni a heredar.

Comentarios