Opinión

La última aventura de Toñita

TOÑITA desapareció la noche del jueves, cuando empezó la tormenta. Nunca hasta entonces había huido de casa. Es asustadiza, tímida, casi indolente. Era excepcional que saliese corriendo y se perdiese entre los truenos y la lluvia, para internarse en la oscuridad del bosque. Toñita es la perra de mi padre, un can de palleiro rescatado de una vida que no debió ser ningún camino de rosas. Desde que llegó a casa, Toñita no se separa de mi padre, por eso fue tan raro que se escapase. Toda la familia salió a buscarla en medio de la lluvia, pero no aparecía por ningún sitio. Se avisó a amigos, a vecinos, a conocidos y a extraños, que ayudaron en su búsqueda como si Toñita fuera suya, porque un perro que se pierde se convierte en el perro de todos. Pasaron las horas y no había noticia. El Seprona buscó a Toñita por las carballeiras y los caminos surcados de tojos y de silvas. Un desconocido se ofreció a dar una batida a bordo de un quad por caminos inaccesibles. Ya teníamos preparados los carteles con la foto de Toñita y la oferta de recompensa, como si la mascota de mi padre fuese un forajido del salvaje Oeste. Y entonces apareció, tan tranquila, sin señales de drama. No estaba herida, no parecía asustada, ni siquiera tenía mucha sed. Se apoderó del sillón y miró a la familia a la que había tenido en vilo con esa expresión cachazuda y el aire de despiste que la caracteriza. Me gustaría que Toñita pudiese contarnos qué hizo esa noche, cómo se guareció de la lluvia, si alguien la ayudó, si tuvo frío y miedo, o si su corazón pacífico aprendió a llenarse valor, como el del león del Mago de Oz, y fue capaz de enfrentarse a mil peligros en esa jungla que es el bosque en medio de una noche de lluvia, mientras ululan los búhos y el viento hace hablar a los árboles en un susurro tenebroso. Ojalá Toñita pudiese compartir con nosotros su gran aventura, quizá la primera de su vida. Y, como no puede ser, me conformo con saber que está de vuelta en casa.

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