Opinión

Referentes

EL VIERNES participé, junto a Inés Arrimadas y otras compañeras de partido, en una mesa redonda con motivo del Día de la Mujer. Cuando preparamos nuestras intervenciones quedamos en que yo arrancaría hablando de referentes femeninos: esas mujeres pioneras en la lucha que fueron el mejor ejemplo para, en pleno siglo XXI, seguir peleando por lo que es nuestro. Se me vinieron a la cabeza, como no, los nombres de Concepción Arenal, de Anais Napoleón, de Pardo Bazán, de María Lejárraga, de Clara Campoamor. Mujeres hechas a puro pulso que un día decidieron cambiar las reglas y entrar en el terreno de juego para enfrentarse al destino que su condición les tenía reservado. A ellas y a sus historias les debemos mucho. Pero en la tarde del viernes yo prefería hablar de otras mujeres que tengo más cerca y con cuya referencia crecí y viví. Dos tías abuelas, Maruja y Marina, que nacieron antes de que se iniciara la guerra y se incorporaron al mercado de trabajo en el Lugo de los años 40, que aquello sí que era un mundo de hombres. Maruja tenía 16 años cuando acompañaba a un médico por las inaccesibles aldeas de la provincia poniendo inyecciones y asistiendo partos. Marina, hija de un zapatero que no podía comprarle los libros que le hacían falta, estudiaba de madrugada con los que le prestaba por la noche una compañera. Una llegó a ser jefa de enfermeras del hospital. La otra, directora de la biblioteca pública. Tuvieron que hacer la guerra por su cuenta, sin aliados, sin refuerzos, tuvieron que luchar mientras les faltaba todo "salvo la voluntad, que dice: quiero", en palabras de Kipling. Así que en la tarde del viernes no hablé de madame Curie, ni de María Moliner, ni de las hermanas Fernández de la Vega. No hablé de María Zambrano, ni de Mariana Pineda, ni de María Pita. Hable de mis tías, Marina y Maruja, que se empeñaron en salir adelante en una España en blanco y negro donde la idea de la igualdad entre hombres y mujeres, simplemente, daba risa.

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