Opinión

Otra Navidad

Estas van a ser las navidades más difíciles de nuestra vida. No digo yo que vayan a ser las peores: personalmente guardo el amargo recuerdo de las primeras que pasé tras la muerte de mi madre, y supongo que cada uno de nosotros tiene en la memoria alguna Navidad que preferiría perder para siempre en el rincón más oscuro de la memoria. Pero este año las fiestas llegan con voluntad de no ser. Están proscritas las reuniones, mal vistos los abrazos, prohibidos los besos. Me pregunto cómo serán las celebraciones de la lotería si uno no puede achuchar al lotero que le vendió la buena suerte ni compartir a morro una botella de sidra, y qué haremos cuando volvamos a la oficina después del día primero y no podamos felicitarnos el año.

En esta Navidad apocalíptica solo nos queda el consuelo de pensar que muy posiblemente no se repita. Que el año que viene, por estas fechas, estaremos todos vacunados y no habrá nadie preocupado en contar cuánta gente se reúne alrededor de una mesa para decir que sobran tres y que es mejor cenar en dos turnos. Propongo, pues, entender estas fiestas de pacotilla como una rareza de la historia de la que podremos hablar a las generaciones futuras con amarga nostalgia, diciéndoles "una pandemia tendrías que haber vivido tú" cuando los nietos se quejen de que vaya rollo el plan de fin de año.

La mía es una generación casi feliz, que creció en democracia, en abundancia relativa, en algo parecido a la prosperidad. Supongo que esta es la guerra que nos ha tocado librar, y las privaciones y renuncias de esta Navidad atípica acabaran viéndose como el triste referente que nos recordó la fragilidad de todo. Y otros años, cuando evoquemos estas navidades sin abrazos, sin besos, sin reencuentros, sin familia ni amigos, seremos más conscientes que nunca del extraordinario privilegio que supone reunirse con aquellos a los que queremos y que nos quieren. Feliz Navidad, pese a todo, y recordad que ya falta menos para la próxima.

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