Opinión

Musa

Dzanan Musa llegó a Lugo y enseguida dijo que le gustaba mucho el pulpo. Yo lo interpreté como una forma de cortejo, parecida a la que emplea el chaval que va por primera vez a casa de la novia y dice que le gusta muchísimo lo que le ponen de comer, la vista desde el balcón y hasta la colección de sellos del padre: se trata de hacer méritos como sea. Unas semanas después, Musa se había ganado el corazón de todos, y no por lo del pulpo, sino porque le vimos dejarse el alma y la vida en la cancha, como si cada partido fuese la final de unos play off de la NBA y se estuviese jugando el anillo. Dzanan Musa, que es bosnio, lleva la albiceleste como si hubiese nacido al pie de la muralla, y siente el Breogán como un apéndice de su cuerpo larguirucho y eficaz.

Ver jugar a Musa es un regalo que nos lleva de regreso a tiempos mejores: hace mucho que no se creaba semejante conexión entre un jugador y la afición del Pazo. Es salir Musa y desatarse el delirio. El jueves, jugando contra el Manresa, a Musa le dieron un golpe que le rompió la tráquea, y no sólo se empeñó en acabar el partido con el cuello averiado (los médicos no entienden como resistió el dolor), sino que tuvo el cuajo de pararse con los aficionados a hacerse fotos. Tras pasar por el quirófano, Musa aseguró que quiere volver a las canchas y acabar la liga, y sospecho que no es por él, que ya no tiene que demostrar gran cosa, sino porque no quiere dejar colgado al equipo al que se dio hasta el tuétano en esta temporada para recordar.

Dzanan Musa, máximo anotador de la liga, jugador más valioso, lucense de adopción hasta que él quiera, no parece de este mundo. Por eso, cuando por derecho propio vuele lejos del nido del águila augusta, espero que la afición a la que conquistó a base de respeto, talento y trabajo, le tribute la despedida que merece. La que se ha ganado, como se ha ganado un lugar en nuestra historia y la opción de alcanzar el siguiente hito en su carrera hacia la leyenda.

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