Opinión

Lugo no es Nara

EL AÑO PASADO, en el transcurso de un viaje a Japón, visité Nara, la ciudad sagrada en la que viven cientos, miles de ciervos. No es una exageración. Los ciervos de Nara, que supuestamente ocultan las almas de los difuntos, se pasean por las calles como si tal cosa, comen de la mano de los turistas y hasta te empujan levísimamente con la testuz si interfieres en su paso tranquilo y solemne. Cada año, millares de personas visitan Nara para fotografiarse con los ciervos y alimentarlos con galletas de arroz que ofrecen los vendedores ambulantes.

Recordé Nara y a sus pacíficos moradores al ver el otro día un video de jabalíes (muchos jabalíes, ¿eh?) campando a sus anchas por el casco urbano de Lugo. Nadie sabe qué hacer con los simpáticos gorrinos, que ya han tomado gusto al entorno y empiezan a convertirse en parte del paisaje. Supongo que lo de Nara empezó así hace muchísimos años, con unos cuantos bichos instalándose en la zona y una ciudad bloqueada por la sorpresa. Quizá alguien decidió entonces inventarse la leyenda de los espíritus que habitan en los ciervos, e hizo de la necesidad virtud. Ahora es imposible pensar en Nara sin sus dulces animalitos, que atraen a los visitantes y dan sentido a la ciudad.

Y mientras los jabalíes nos invaden, crían en los aledaños de Lugo y se pasean por la muralla, uno se pregunta si no habrá que tomar a los invasores como elemento de atracción turística. Podemos decir que en cada jabalí hay un representante de la Santa Compaña, inventar algún ritual complicado y hala, a servir como reclamo de viajeros ávidos de experiencias. Mientras imagino a legiones de domingueros llegando en autobús a fotografiar porcos bravos, miro otra vez el video que me han enviado, donde aparecen hasta dieciocho rayones recién nacidos, mamando ávidamente de sus mamás jabalíes, listos para encontrar su sitio entre nosotros. Por favor, empecemos a tomarnos esto en serio. Los jabalíes no son ciervos. Y Lugo no es Nara. De momento…

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