Opinión

La reina baila

Todos los holandeses saben que su rey, Guillermo, conoció a la que sería su esposa en la feria de abril de Sevilla. Fue, dicen, un flechazo en medio de una caseta, entre palmas y alegrías. La reina Máxima se ha ganado en estos años el corazón de su pueblo, que venera a su reina argentina, guapa, alegre y disfrutona. Hace unos días, veinte años después de aquel encuentro sevillano, los reyes de Holanda y sus tres hijas volvieron a Sevilla para recordar viejos tiempos. La reina y las princesas se vistieron de flamencas, los cinco asistieron a fiestas privadas y una noche Máxima se arrancó por rumbas en una caseta del Real. Lo hizo sin remilgos, con mucha gracia, sobre tacones altísimos y entre los aplausos de los presentes, que a buen seguro nunca habían visito bailar a una reina. Alguien tomó imágenes con un móvil, y el video de la real rumbera no tardó en llegar a Holanda, donde la espontaneidad y la gracia de Máxima fueron muy bien recibidos. Sin embargo, el gobierno holandés se apresuró a enviar un mensaje a los medios de comunicación recordando a los periodistas que no podían difundir las imágenes de la reina danzarina. Pero no se confundan: el ejecutivo de Holanda no ve ningún problema en que su reina baile, sino que los medios no respeten la intimidad que debe presidir la vida privada de sus reyes. Y tiene sentido: Guillermo y Máxima suelen posar para la prensa junto a sus tres hijas, abren las puertas de su residencia a los reporteros con inusitada asiduidad, y son presencia constante en actos públicos donde se les puede retratar sin cortapisas. Así pues, se espera que en los escasos momentos privados de los que disponen, todo el mundo entienda el natural deseo de discreción de una familia. Tiene todo el sentido del mundo. Y, qué quieren que les diga, en este momento tengo cierta envidia de la aplastante lógica de los holandeses, que quieren que su adorable reina, a la que ven en su esplendor cada dos por tres, pueda bailar a gusto.

Comentarios