Opinión

La buena educación

Hace muchos años llegué al aeropuerto de Barcelona con demasiado tiempo para mi vuelo, y vi que había uno que salía de inmediato. Pregunté en un mostrador si era posible cambiar mi billete para viajar en otro avión, y la azafata lo consultó con una supervisora: "Esta tarifa no permite cambios", dijo. Y la señorita que me atendía insistió: "Es que me lo ha pedido muy bien". Así que hicieron alguna triquiñuela y salí en el primer vuelo simplemente por haber dicho buenos días, por favor y muchas gracias.

La buena educación tiene más que ver con el respeto al que tenemos en frente que con ser capaz de pelar una naranja sin tocarla con los dedos. La cortesía es una disciplina muy fácil de dominar, y tan escasamente extendida que quien la practica obtiene rápidamente un ‘bonus’ para andar por la vida. Fíjense en Salvador Illa, cuyas maneras impecables han sido capaces de hacer olvidar su fracaso en la gestión de una crisis sin precedentes. Illa, el ministro de Sanidad que ha llevado el barco dando bandazos en medio de la tormenta, es un hombre de formas exquisitas, que no grita ni se indigna, que no se prodiga en exabruptos ni malos modos, y eso ha hecho olvidar que ni siquiera es capaz de contar los muertos que deja el bicho. Las olas vienen y van, las autonomías se enfrentan solas a su destino, no hay plan b porque ni siquiera hay plan a, pero Illa es correcto y paciente, y tiene esa elegancia "gauche divine" que sienta tan bien a los políticos. Illa es un pésimo ministro de Sanidad (me remito a las pruebas de muertos incógnitos y vacunación incierta) pero un ejemplo en cuanto a las maneras que hacen a un hombre, como cantaba Sting. Apuesto a que podríamos encontrar a un ministro de Sanidad mejor, pero quizá no sea tan fácil encontrar a un tipo tan bien educado como Illa. Me pregunto si no merecería mejor destino un país que aprecia tanto las normas de cortesía que sirven para hacerse perdonar que llevas un ministerio que no sabe contar muertos.