Opinión

Juan Luis Guerra, 31 años después

SUCEDIÓ hace 31 años, en el verano de 1991. El mundo era distinto, y nosotros, muy jóvenes. España se preparaba para la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, y adelantaba las chuflas ante el temor a un fracaso que luego no se produjo, porque España era mejor de lo que pensábamos. Era otro país, era otro tiempo. En aquel verano iniciático mi hermana y yo habíamos planeado asistir en Cádiz al concierto de Juan Luis Guerra con nuestro amigo Manolo. Las entradas eran caras, pero llevábamos tanto tiempo esperando aquella gira que hicimos el esfuerzo. Allí nos fuimos los tres, con veintipocos años, la cartera tiritando, en una noche tibia como son las del litoral gaditano. Y entonces sucedió: a cincuenta kilómetros de Cádiz, escuchamos un ruido en el motor, y el vehículo se paró en una gasolinera. Aceptamos de inmediato que nos habíamos quedado sin concierto. Nos resignamos a esperar al servicio de asistencia en carretera, y entonces Manolo puso el radiocasete del coche, abrió las puertas, y dijimos que si no podíamos ir al concierto, el concierto vendría a nosotros. Los del Ada nos encontraron bailando ‘Ojalá que llueva café en el campo’ y brindado con cerveza por nuestra mala suerte, que no era tanta, porque estábamos juntos y éramos jóvenes, y teníamos la receta infalible para ser felices: amigos, una cerveza, música de casete en un coche estropeado, sentido del humor, la vida por delante. Hemos recordado muchas veces aquella noche en la que, como el país en el 92, nos dimos una lección a nosotros mismos. Cuando vi que Juan Luis Guerra pasaba en gira por Madrid, envié un mensaje a Susana y a Manolo: "Chicos, creo que nos debemos un concierto". Será esta noche, 31 años después de nuestra cita frustrada. Miro hacia atrás, y cada vez que pienso que de aquel tiempo no queda gran cosa, recuerdo que quedamos nosotros, que tras pasar tormentas y tempestades, seguimos queriendo ir juntos a un concierto. Y siento algo muy parecido a la plenitud.

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