Opinión

Joan y el Camino del Inca

Una de las últimas veces que hablamos, Joan Mesquida me contó sus planes para viajar a Perú y hacer el ‘Camino del Inca’, un tortuoso y emocionante recorrido a pie por senderos intrincados para llegar a las ruinas de Macchu Pichu. Joan estaba pasando por un duro tratamiento preparatorio para un trasplante de médula que curase de una vez el cáncer que le había apartado de su trabajo y de su vida, pero a pesar de lo cruel del tratamiento, Joan estaba mentalmente fuerte, peleón y optimista, y seguía activo y animoso, dispuesto a dar la batalla mientras soñaba con esa aventura en el cono sur que iba a simbolizar su curación y su regreso.

El lunes a las ocho de la tarde, al salir de una reunión, me dijeron que Joan Mesquida había muerto. Y yo me derrumbé ante un montón de extraños con los que acababa de mantener una larga sesión de trabajo, sin importarme que me viesen llorar, porque Joan era una persona que no debía morirse nunca, para poder seguir iluminando el mundo con su bondad, su inteligencia, su enorme corazón, su sentido del humor, su rectitud sin límites.

Sólo hacía tres años que conocía a Joan, pero le consideraba un amigo. Quizá porque nos dio tiempo a compartir algunas cosas, porque hablamos mucho y de asuntos trascendentes, o porque era uno de esos hombres que uno quiere incorporar de inmediato al inventario de los afectos. Me gustaría hablar de su valor, de su alegría, de sus convicciones, pero, al pensar en Joan, hoy sólo aparece ante mí el plan sin rematar de ese viaje imposible que él usaba para mantener viva su esperanza. Quizá, también, la de todos los que lo necesitábamos.

Ahora pienso en Joan y quiero creer que, allá donde esté, seguirá haciendo planes para adentrarse en los misteriosos caminos del Cuzco, donde el rastro de los conquistadores se pierde entre arroyos helados, flores inmensas y el canto de los pájaros exóticos, y el cielo es de un azul que hace pensar que existe una vida eterna. Buen viaje, amigo mío.

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