Opinión

Feliz día de la madre, señora Graham

SE LLAMA TOYA Graham, y se ha hecho famosa por algo ilegal: cubrir de cachetes y empujones a su hijo, un adolescente que se preparaba para enfrentarse a la policía. Toya cría sola a seis hijos. Michael, el mayor, tiene 16 años y un montón de papeletas para convertirse en un delincuente: poca formación, pocas oportunidades. Vive en un barrio marginal en el seno de una familia desestructurada y pobre. Algunos de sus amigos han muerto de sobredosis o en peleas de bandas. Por eso, cuando Toya lo vio encapuchado y listo para participar en los violentos disturbios que han convertido Baltimore en una ciudad sin ley, salió como una furia y le cayó encima a mamporros.

Michael no lo sabe, pero el otro día, con sus puñetazos y sus gritos tan políticamente incorrectos, quizá su madre le salvó la vida

Michael, alto, espigado, rebelde, no se enfrentó a su madre. Quizá, pese al duro entorno en el que vive, sigue teniendo un respeto atávico hacia quien lo parió. Un respeto que se está perdiendo: cada año crece el número de adolescentes que agreden a sus padres, al tiempo que aumentan los chavales que denuncian a sus progenitores por darles una torta. El otro día, un padre fue condenado a tres meses de cárcel, multa y alejamiento por abofetear a su hijo de 14 años. El angelito había regresado a casa de madrugada y llevaba horas sin contestar a las llamadas del móvil. En España, el hijo de Toya Graham habría podido acudir a comisaría y su madre habría sido detenida y juzgada. Por unos cuantos capones. Por unos sopapos ganados a pulso. Esos mismos papirotazos han convertido a Toya Graham en la madre de América. Ahora la entrevistan en televisión y los reporteros asedian su casa. Ella posa, coqueta y también tímida. «Lo único que quería es que mi hijo no acabase como Freddy Gray», dijo, en referencia al joven de su ciudad que murió mientras estaba custodiado por la policía. Quizá Freddy no tuvo una madre que se lo llevase a casa a fuerza de capones.

Michael no lo sabe, pero el otro día, con sus puñetazos y sus gritos tan políticamente incorrectos, quizá su madre le salvó la vida.

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