Opinión

La felicidad es una librería

NO SÉ SI han paseado alguna vez por Madrid en medio de una ola de calor, pero es una experiencia interesante. El asfalto cede bajo los pies, el viento es un secador en posición extrafuerte, y la luz del sol es tan densa que casi puede masticarse. Así las cosas, y en tanto se pueda, uno evita caminar en las horas centrales del día, y eso recordaba yo el sábado pasado a las doce y media de la mañana, cuando arrastraba mis pasos por una Calle Arenal con más turistas de lo que el sentido común hacía prever. Pero el destino compensaba las penalidades del paseo, pues en una callejuela próxima a la Plaza Mayor acaban de abrir una librería, 'La Mistral’, que acaba de convertirse en uno de mis lugares favoritos de Madrid. Su dueña, la escritora Andrea Stefanoni, ha llegado desde Buenos Aires para crear un espacio bellísimo, lleno de libros maravillosos, pero también de curiosidades literarias, como preciosas bolsas de tela a prueba de volúmenes pesados, o pequeños broches de plata con la silueta de Mary Poppins. Una hembra de labrador vigila, perezosa, la llegada de lectores. Unos bucean sin prisa entre los libros que descansan sobre maderas pulidas. Otros hojean el futuro botín sentados en cómodas butacas tapizadas en colores alegres. Cada cosa parece tener su historia. Una de las mesas que exhiben libros era propiedad de un sastre que combó la parte central a fuerza de inclinarse sobre las telas. Hay marionetas obra de un artesano bonaerense que emulan a escritores legendarios —puedes elegir entre Emily Dickinson y Cervantes, Borges y Shakespeare, Lorca y Quevedo, todos sonrientes y con las ropas que les eran características— y algunos libros descatalogados compitiendo con las novedades literarias. Abrir un negocio en estos tiempos es una proeza. Inaugurar una librería, una prueba de heroísmo. En mitad del ferragosto madrileño, entrar en ‘La Mistral’ es beberse un vaso de agua helada en el desierto. Ojalá su fundadora tenga la suerte que merece.

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