Opinión

El rostro tapado

EL VIERNES, muy de mañana, me crucé por la calle de Alcalá con una mujer que llevaba el niqab, esa túnica ominosa, preludio del burka, que solo permite ver la línea de los ojos. Sentí lástima por ella, y me imaginé lo que escondía ese pañuelo además de la boca, la nariz, los pómulos, las arrugas de la frente, tal vez la belleza, tal vez el deterioro. Un par de horas más tarde, mientras estaba trabajando en la sede de Ciudadanos, escuché gritos. Un autodenominado "piquete feminista" coreaba consignas contra nosotros.

Junto con mis compañeras Patricia Reyes y Melisa Rodríguez salí a ver qué pasaba. Unas cuantas jóvenes, apenas una docena, gritaban consignas sin orden, concierto ni sentido. Patricia intentó razonar con ellas. "No nos gusta vuestro manifiesto", decían. "¿Lo habéis leído?", les preguntamos. "No leemos nada de Ciudadanos". A partir de ahí, imaginen el resto. De pronto me fijé en que muchas de aquellas chicas que aullaban lemas infantiles llevaban el rostro cubierto con pañoletas, como los bandoleros de los 'western'. "Pero ¿por qué os tapáis la cara?", les pregunté. No supieron contestarme. Supongo que disfrazarse de forajidos para gritar eslóganes pasados de moda acentuaba su sensación de aventura. Pero a mí me dieron una lástima profunda. Mujeres jóvenes que ocultan su rostro, y la memoria me devolvió a la mujer con niqab que acababa de cruzarme. Me pregunto si aquellas crías que me gritaban habían reflexionado alguna vez sobre qué significa que te obliguen a ocultar la cara para salir a la calle. Ellas, en cambio, jugueteaban con sus pañoletas como si fuesen Billy el Niño. Sentí pena por ellas, como la había sentido por la mujer velada que había visto horas antes. En el mundo que yo quiero, las mujeres no tienen que ocultar ni su cara, ni su cuerpo, ni lo que piensan. En el mundo que yo quiero ninguna persona increpa a otra por el hecho de que exista una discrepancia ideológica. Queda mucho por hacer. Pero mucho, mucho.

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