Opinión

Donde hay que estar

ESTÁN DONDE hay que estar. Se les llama, especialmente, cuando las cosas se ponen muy feas. Cuando arde un monte por los cuatro costados, por ejemplo. O cuando se inunda un pueblo. O cuando un terremoto sacude el último rincón de la tierra y hay que mandar – y gestionar – la ayuda humanitaria. No somos del todo conscientes del grado de admiración que despierta el ejército español por el mundo adelante. En Bosnia Herzegovina, por ejemplo, los españoles gozamos de una dosis extra de respeto a raíz del paso por allí de nuestras fuerzas armadas. Sin embargo, estas cosas a Ada Colau no parecen importarle, y así lo demostró el otro día en una feria educativa en Barcelona señalando la puerta de salida a dos mandos del ejército. La explicación, a la altura del personaje, es que prefiere “no mezclar”, cuando resulta que el ejército está ahí precisamente para eso: para mezclarse y situarse en primera línea cada vez que la vida se le complica a la población civil. Cuando setenta militares murieron en Trebizonda tras estrellarse su avión no volvían precisamente de hacer maniobras, sino de salvar vidas de niños en Afganistán. Y cuando las lluvias torrenciales se llevaron por delante el camping de Las Nieves, en Biescas, fueron los soldados los primeros en llegar para sacar cadáveres del barro. Pero eso a Colau le da lo mismo: es lo que sucede cuando se mezclan el sectarismo, la grosería y la ignorancia. Bien es cierto que esta vez le ha salido rana: a la alcaldesa de Barcelona le llovieron críticas por todos los lados. El ejército es una institución apreciada y querida por esa gente a la que esta señora dice representar, y que ha frenado en seco su salida de tono. La inefable Colau se defendió de los palos diciendo que el conato de expulsión de los militares había sido “cordial”. Echar de un sitio a una persona exhibiendo una sonrisa no es síntoma de cordialidad, sino de cobardía y de cinismo. Ada Colau continúa para bingo. A ver cuál es la próxima.

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