Opinión

Deberes

CUANDO ERA pequeña hacía los deberes en media hora, a veces mordisqueando el bocadillo de la merienda y echando un ojo a lo que pusieran por la tele, que no era gran cosa. Ahora, los niños llegan a casa con la tarea en la mochila y en el ánimo, sabiendo que tienen por delante sabe Dios cuanto tiempo de estrujarse las meninges, siempre con ayuda de un adulto. Los deberes, como otras cosas, ya no son lo que eran: de pegamento para lo aprendido en clase han evolucionado a una extensión del colegio. De algo que reafirmaba la autonomía del alumno, a un castigo que necesita del concurso de un sucedáneo del profesor. Yo no digo que los deberes sean malos: un ratito de actividad postescolar sirve para fijar la lección y explorar la memoria. Lo que es inadmisible es que las tareas del cole se utilicen para que el crío aprenda lo que no le han enseñado en el aula, y menos aún que eso haga necesaria la participación de un tutor. El niño tiene que poder hacer solo cualquier trabajo que se le encargue para casa. Porque dar por hecho que los padres van a ayudar al crío en sus deberes es también una forma de crear una brecha entre los alumnos cuya familia puede echarles una mano y aquellos que no tienen tanta suerte, por falta de tiempo, de formación o de ganas. Hace un par de años escuché a un niño justificarse delante de su maestro porque sus padres “no podían ayudarle a hacer los deberes”. No sé si era una cuestión de horarios o de preparación, pero lo dijo con la cabeza gacha, avergonzado, comparándose seguro con otros chavales que sí encontraban en casa la colaboración que él no tenía. Eso es lo que no puede ser. Por eso estoy en contra del actual sistema de tareas caseras. Y aunque no creo que la insumisión que algunos proponen sea la forma de solucionar el conflicto, también estoy segura de que hay que dar una vuelta a la nueva moda de convertir a los padres en profesores particulares, y al hogar en un segundo round de la vida del cole.

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