Opinión

Cosas de niños

SUCEDIÓ EN Mallorca: hace unos días, en una historia todavía sin aclarar del todo, una niña de nueve años acabó en el hospital tras ser agredida por un grupo de compañeros. Las horas siguientes al suceso, ya de por sí alarmante, fueron un ir y venir de informaciones contradictorias que hablaban de lesiones graves, de acoso previo, de indiferencia por parte del centro ante un posible bullying. Días después, las autoridades baleares y el fiscal del caso quitaban importancia al asunto: no había noticias de acoso previo, las heridas de la niña no revestían gravedad, y zanjaban el suceso con el tan manido “cosas de críos”. Ignoro, como todo el mundo, la letra pequeña de este conato de drama, pero lo que parece cierto es que varios niños patearon a una chiquilla que estaba en el suelo. Lo siento, pero esto no debería quedarse así, y hacen mal los responsables en tratar de atemperar el asunto diciendo que todo fue un juego desmadrado. Da igual si los chavales habían discutido antes, si la niña les quitó el balón con el que jugaban. La dura realidad es que un grupo se conjuró, aunque fuese de forma instintiva, para agredir a alguien que estaba solo. No estamos ante una pelea de patio, sino ante algo que tiene todas las trazas de ser una agresión. No hablamos de un grupo de chavales dándose empujones entre risas, sino de una niña tirada en el suelo siendo objeto de las patadas de un grupo. Hay algo tan salvaje en esa idea que me parece increíble que alguien con un mínimo de responsabilidad quiera calificarlo de simple chiquillada. ¿Dónde empieza la frontera entre un juego a lo bruto y una golpiza? Se lo digo yo: en la composición de los bandos. Uno nunca juega contra cinco, ni en el patio, ni en la vida. Y, en cualquier caso ¿admitimos el carácter lúdico de algo que si no es un paliza se le parece mucho? La violencia nunca puede ser interpretada como una forma de diversión. Y si la banalizamos considerándola así, atengámonos a las consecuencias.

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