Opinión

Carreras de chicas

ADRIANA LASTRA, portavoz del PSOE, dijo el sábado "no queremos que una científica sea excepción. Queremos que sea la norma". Escuchando a Lastra, uno pensaría que de niña quería ser ingeniera de sistemas o bióloga molecular, y apareció el heteropatriarcado para cercenar sus sueños. A lo mejor es así. A lo mejor Adriana Lastra soñaba con ser física nuclear, o medico en la especialidad de neurocirugía, y se lo impidieron las hordas machistas que pululan por el mundo convenciendo a las chicas de que estudien filología, magisterio, historia clásica, o lo que sea que haya estudiado Adriana Lastra, que por cierto no tengo la menor idea de lo que es.

La ministra de Igualdad va del mismo palo, y se ha pasado la semana diciendo que las mujeres no estudian carreras de ciencias porque la sociedad no se lo permite. Uno se pregunta de qué tipo de personas se han rodeado Adriana Lastra e Irene Montero, y qué clase de presión ejercieron sobre ellas para evitar que se convirtiesen en ingenieras de telecomunicaciones, veterinarias o astronautas, que a lo mejor era lo que les gustaba, y, hostigadas, acabaron dedicándose a la política. No sé cuál es su entorno, pero ninguna de las mujeres con las que me relaciono eligió estudiar letras porque no le dejasen optar por ciencias.

De hecho, mi prima Carmen es pediatra y su hermana Chus ingeniera de caminos. Debe ser que los hombres encargados de convencerlas de que hiciesen corte y confección tenían poco predicamento. O tal vez es que, simplemente, que la mayoría de las mujeres llevan unas décadas estudiando lo que les da la gana. Yo me matriculé en periodismo porque quise, no porque mi padre me prohibiese elegir ciencias exactas o ingeniería química, del mismo modo que mi prima Alicia se hizo ingeniera industrial y mi amiga Elisa, dermatóloga. A lo mejor es que todas tuvimos suerte y no conocimos esa horrísona presión social que según la portavoz del PSOE y la ministra de Igualdad menoscaba nuestra capacidad de escoger. A lo mejor es que Lastra y Montero tuvieron la desgracia de caer bajo el influjo de malvados sujetos que les impidieron convertirse en reputadas mujeres de ciencia. Ya lo siento, chicas. Es una faena. Pero no nos metáis a todas en vuestro saco. Cada palo que aguante su vela: las mujeres que conozco eligieron sus carreras en función de su nota de selectividad y sus capacidades, y no de las recomendaciones de ningún machirulo.