Opinión

Cacería

A MÍ no me gusta la caza. Nada en absoluto. Jamás he tenido el menor interés en participar en una cacería, ni entiendo que pueda haber algo de emoción en disparar a un ser vivo por el puro gusto de detener su carrera, de verlo caer, de atajar su huida. La caza me parece una perversión del instinto primario de supervivencia, amén de una extraña manera de demostrar la pasión por la naturaleza: todos los cazadores presumen de amar el medio ambiente. Pero, por mucho que a mí me disguste, de momento la caza es una actividad perfectamente legal. Por eso encuentro indecente la campaña de descrédito orquestada contra un humorista que tuvo la mala idea de posar junto a un guepardo muerto que supuestamente había abatido. Primero vino el acoso en redes sociales. Luego, rizando el rizo, las palabras preocupantes de un representante de Compromís exigiendo a TVE que no volviese a contratar al artista. No sé si hemos caído en la gravedad de la historia: un partido político intentando abocar a un ciudadano a la muerte social por contravenir las reglas que ellos dictan. Es decir, que a los señores de Compromís no les basta con ser ecologistas, sino que quieren que lo seamos todos por decreto. O te gustan los animales, pero a tope, o tu destino es el ostracismo perpetuo. Definitivamente, esto se nos está yendo de las manos. Es peligroso permitir que un partido se crea con derecho a hacer ingeniería social, marcar una línea entre lo bueno y lo malo, entre lo que la sociedad debe aplaudir y lo que no. De momento, los cazadores están protegidos por la ley y tienen derecho a salir a pegar tiros en el monte y a hacerse fotos con las piezas que cobran, por mucho que a los señores de Compromís (y a mí misma) nos dé bastante grima. Es terrible que algunos quieren imponer su propia ética sin consultar al resto. No me gusta la caza. Pero menos me gusta que se practique el tiro al pichón con un ser humano como paso previo a condenarlo al aislamiento y al martirio.

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