Opinión

Avisos

IRENE MONTERO, que está desatada, ha acusado a las consejerías de igualdad de Galicia y Madrid de fomentar la cultura de la violación por lanzar campañas institucionales recomendando a las mujeres ciertas medidas de autoprotección para evitar caer en manos de agresores sexuales.

No hay forma de entender la reacción de la ministra. Desde el principio de los tiempos, se inculca a las personas –hombres y mujeres– la utilidad de la prudencia, sin que eso quiera decir que la ausencia de ella dé a otros patente de corso para amargarnos la vida.

Cuando explicaba a mis sobrinos que había que mirar a ambos lados antes de cruzar un paso de cebra no añadía que un conductor tenía todo el derecho a llevárselos por delante si ignoraban mis consejos. Cuando se recomienda dar dos vueltas a la llave al cerrar la puerta no estamos suponiendo que en caso contrario es justo que alguien entre en casa y se lleve las joyas de la abuela. Cada verano, la policía sugiere unos gestos mínimos para evitar robos durante las vacaciones –pedir a alguien que recoja el correo para que no se acumule en el buzón, usar dispositivos que encienden y apagan las luces para fingir actividad en la casa– y nadie se ofende por las recomendaciones.

Pero, según doña Irene, decir a una chica que no pierda de vista su copa, o que trate de evitar un callejón oscuro es sugerir que, si ignora las advertencias, se merece lo que le pase. Alguien que quiera bien a Irene Montero debería decir a la ministra que como mejor se fomenta la cultura de la violación es poniendo en libertad a depredadores sexuales. En el momento de cerrar este texto, doce abusadores de mujeres han salido a la calle antes de tiempo gracias a una ley de la que presume Irene Montero. Eso sí que es peligroso, y no un anuncio donde te recuerdan que un tipo puede agredirte sexualmente. Un tipo, por cierto, que gracias a la ley que tanto gusta a Montero está de paseo por su pueblo, cuando podría estar en la prisión de Carabanchel.

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