Opinión

A la madrileña

HACE UNOS años se celebró en Madrid una manifestación independentista. Ejerciendo su derecho a la libertad de expresión, cientos de catalanes viajaron a la capital, desfilaron por las calles entre gritos reivindicativos pidiendo republiqueta, y luego se disolvieron pacíficamente. Algunos se vinieron a Chueca, a pasear por allí, armados con esteladas y pancartas, supongo que esperando que hubiese bronca, pero nadie les hizo mucho caso. Los sábados por la mañana mi barrio queda tomado por la fauna más variopinta, y la regla no escrita es que nadie molesta a nadie: cada cual a lo suyo. Así que los indepes se dieron una vuelta con las banderas, y tras ver que no llamaban la atención, se sentaron en las terrazas a tomar el aperitivo, que es lo que hace la gente los sábados a mediodía. Y allí se quedaron los manifestantes, con las banderas atadas al cuello, tomando cañas al lado de drag queens, repartidores de flyers y familias numerosas.

Madrid es un lugar que es de todos porque no es de nadie, donde no importa de dónde eres sino lo que sabes hacer. En Madrid la concejala de cultura es una chica de Barcelona, el director del círculo de bellas artes un filósofo italiano y hasta hace unas semanas la consejera de cultura era gallega, y a nadie le extraña porque aquí la identidad no importa: si vienes a Madrid, eres de Madrid, y dejas de serlo cuando te parece. Y si quieres reenganchar, pues te reenganchas, y si no, no pasa nada. Prueba a decir a un madrileño que Madrid es un asco: le dará un trago al botellín de Mahou y te dirá con una sonrisa que tal vez tengas razón antes de pedir otra de bravas, porque él nació en Cuenca, en Calasparra o en Lugo, en Tenerife o en Baracaldo. Madrid no necesita afirmarse ni defenderse: al fin y al cabo, los de aquí no somos de aquí. Estamos de paso, en tránsito, en construcción, a la espera de algo bueno que muy posiblemente nos pase en Madrid. Quizá porque hay cosas que no pueden suceder en otra parte.

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